No conocí personalmente a Pérez Rubalcaba, si bien me fascinó el boceto que Mariano Rajoy hizo en su artículo Un rival admirable del que fue un socialista de relevancia que recientemente nos ha dejado. El retrato que el expresidente de España, del Partido Popular, realizó de aquel coincide exactamente con mi forma de pensar, con la idea que tengo de un político y de la política que debería regir nuestras vidas en un sistema democrático como garantiza la Constitución española de 1978. Luego... hay más gente que piensa como yo o yo como ellos. ¿Cómo deben ser los políticos? Yo los prefiero discretos y prudentes. Entiendo que gusten los locuaces e impulsivos, pero no son mi tipo. Parece lógico que un político no deba ser un 'extraterrestre' ni un 'Dios bajado a la tierra', sino una persona real, de carne y hueso. Afable y cercana a todos, que «no mira por encima del hombro» por creerse superior al resto de la humanidad. Cualidades que escasean. Los discursos vagos, inocuos pero cargados de «consignas publicitarias y eslóganes ramplones», como M. Rajoy manifestaba, son rastreros, en mi modesta opinión. La política de 'los titulares' (en los medios de comunicación) está pasada de moda. Los insultos, las broncas continuas y el 'y tú más' quedan en el bagaje de unos cuantos que no tienen otra forma de llamar la atención, como si de un 'culebrón' se tratara. ¿Qué pasará en el próximo capítulo? Estas personas que tanto dejan que desear de su entrega al servicio público creen que esta es la forma de engañar a los electores. Otra cuestión que se plantea habitualmente es si un político nace o se hace. Yo creo que se hace en el día a día, en el patearse las calles, hablar con la gente, con unos y con otros; porque todos, sin excepción, ayudan a construir la idea de lo que realmente necesita ese pueblo, esa nación que es España. M. Rajoy hablaba de «inteligente, hábil, negociador». Negociar es ponerse a la altura de los demás, es hablar, es saber ceder, en ocasiones, es un 'toma y daca', es sopesar los pros y los contras, ser capaz de anticiparse a aquello que va a ser útil para la sociedad y no para mantener el propio 'sillón'. Es ser sincero en la negociación y abandonar el postureo. Todos valoramos al político que sabe entrar y salir de ese mundo sin hacer ruido. Es capaz de volver a su puesto de trabajo. El arte de saber estar y marchar, en su justo momento. ¡Menudo reto! Por tanto, podríamos afirmar que un buen político es aquel que cumple los requisitos de un buen líder al tratar a las personas, afines o no; es aquel que no es despótico. Que no usa a las personas cual pañuelos de usar y tirar; que sabe ser humilde y escuchar. El político de raza debe velar por los demás, mirar por su país, por su comunidad, su pueblo. Porque los problemas de la gente son sus problemas y no el éxito propio. Queda su interés personal relegado por el interés general. Además, es capaz de rodearse de los mejores, sin temores. Prepara con detalle y minuciosidad cada uno de los temas que tiene que analizar, consciente de que detrás de cada una de sus palabras y de sus acciones existen medidas, normas, que van a repercutir positiva o negativamente en cada uno de los ciudadanos; por tanto, sus decisiones han de ser meditadas y no surgidas de un arrebato pasajero. Qué difícil es encontrar esa combinación perfecta, compaginar la discreción, humildad, sencillez personal con la brillantez política traducida en buscar el bien común y no el interés particular.