La cobra de Valls a Torra en la recepción a Colau es un gesto de dignidad frente a la actitud desleal, desafiante y manipuladora de los independentistas catalanes. ¿Qué esperaba el presidente de la Generalitat el gesto complaciente ante el insulto? Manuel Valls ha decidido elevar el tono ético de la política española reclamando diques constitucionalistas frente al nacionalismo excluyente y golpista, y el populismo de extrema derecha. Con sus matices, eso es coherencia democrática. Digo con sus matices, porque en el esquema del político nacido en España y educado en Francia falta el populismo de extrema izquierda que encarna Ada Colau, que Valls, junto al PSC, no ha tenido inconveniente en apoyar para evitar que los soberanistas se hagan con la alcaldía de Barcelona. Puede que de los males sea el menor, aunque la propia alcaldesa ya se ha encargado de empezar a restar valor al gesto constitucionalista asegurando que pronto se encargará de volver a adornar la fachada del Ayuntamiento con lazos amarillos y de reclamar libertad para los 'presos políticos' cuando el propio Valls ha recalcado acertadamente que son simplemente políticos responsables de sus actos, y entre ellos se encuentra rebelarse contra las instituciones del Estado. Tampoco hay exiliados como dice Torra, sino prófugos de la justicia. No puede ser más pedagógico el ex primer ministro francés. En la teoría de Valls se encuentra el dialogo político como solución al viejo problema de la cuestión catalana pero no la claudicación. El diálogo debe reemprenderse bajo el respeto a la Constitución del 78 y sin atajos para eludir el peso de la justicia, sabiendo diferenciar que en la democracia se sustenta en la división de poderes. Los tres partidos constitucionalistas de este país -PSOE, PP y Ciudadanos-, que son, a la vez, los que mayor respaldo tienen tendrían que formar un frente común unido para buscar esas soluciones con los nacionalistas que respeten las leyes. Si hay una situación histórica que lo requiere es esta.