El geniecillo autoritario que habita en la médula de cada ciudadano occidental se consolaba del libertinaje a su alrededor contemplando la unilateralidad de jefes de Estado como Putin, Xi Jinping o incluso Donald Trump en sus momentos más formidables. Malas noticias, porque la actualidad viene repleta de ejemplos que demuestran que los autócratas han de frenarse ante un periodista o una revuelta juvenil.

Lejos quedaron los tiempos en que el asesinato de la valiente periodista Anna Politkovskaya se programaba para que coincidiera con el cumpleaños de Putin, una datación que los servicios secretos debieron entender como un homenaje. El encarcelamiento de otro informador, después de una manipulación de las pruebas de narcotráfico en su contra que avergonzaría a Villarejo, ha suscitado la intervención directa del presidente ruso. No para rematarlo, sino para liberarlo. El tímido Iván Golunov debe la libertad a la evidencia de que no se sabe quién manda aquí.

Putin amplió su implicación a la exigencia de una investigación de los mandos policiales involucrados en el montaje contra el periodista, y oportunamente depurados. La celeridad en el castigo pretendía adelantarse a una manifestación programada para denunciar el secuestro estatal. La situación no mejora al cruzar la frontera meridional del imperio ruso. Carrie Lam, la administradora de Hong Kong, tuvo que retirar también con prisas la legislación sobre la extradición a China, anodina en términos revolucionarios pero que desató las manifestaciones de adolescentes más feroces de la antigua colonia británica. Donde la sorpresa no radica en la magnitud de la algarada, sino en la búsqueda acelerada de una solución.

Los aspirantes a dictadores tampoco son como antes. Trump memorializa en el basurero de Twitter las frustraciones que padece, al incumplirse las promesas de poder absoluto que recibió con motivo de su coronación. Ni siquiera las democracias iliberales están a salvo de raperos que aguijoneen a Jefes de Estado difuntos. Esta debilitación de las jerarquías fuertes, que el Macron apodado Júpiter ha sufrido de manos del precariado con chalecos amarillos que nunca ha probado el caviar, supone una maldición para los adeptos de las teorías de la conspiración. Difícilmente Putin se preocupará por determinar las elecciones de Navalcarnero, cuando ni siquiera puede darle su merecido a un cronista insidioso. El retroceso dictatorial también desmiente a los gobernantes que suspiran íntimamente por manejar los resortes estatales sin oposición. Para todos ellos, si capitula el Kim Jong Un capaz de asesinar a su hermano, el planeta está perdido.