¿Liderazgo de la oposición?

Ahora que los que denominaríamos partidos emergentes como Vox y Podemos están de capa caída y que Ciudadanos no ha logrado sacar la cabeza, ni mucho menos ese liderazgo de la oposición por el que suspira Rivera, sería una buena ocasión para que el Partido Socialista y el Partido Popular se plantearan intereses comunes -que los tienen- y pusieran en marcha o al menos intentaran, un sistema que diera estabilidad a los gobiernos locales y autonómicos y restara poder a formaciones que no lo han logrado en las urnas, pero que hacen valer sus escaños para influir en los gobiernos.

Posiblemente, esa necesidad no es tan apremiante en el Gobierno central porque nunca está de más la existencia de un partido bisagra, con vocación de bisagra -Ciudadanos carece de esa vocación- que siempre haría de contrapeso a las dos grandes formaciones, a la vista de la atomización política que se vive por ejemplo en el Congreso de los Diputados y que no es nada positiva para la política global de España.

Porque una cosa son las coaliciones y otra es el sentido común de ‘aguantar’ ciertos ministros, como los que están pidiendo, en un gobierno medianamente serio.

Jesús Martínez MadridMálaga

El auge del individualismo

Recuerdo un sondeo de Sofres en la primavera del año 2000, entonces aún me consideraba joven, cuando avanzaba la aprobación de la carta de derechos fundamentales. Los valores básicos en Europa quedaron reflejados, según la técnica de considerar las palabras que más se repiten ante determinadas preguntas. La relación resultaba expresiva: paz, unidad, unión, futuro, diferencia, esperanza, solidaridad, igualdad, libertad, diversidad, respeto.

Como es natural, las tradiciones culturales de cada país aportaban su impronta: por ejemplo, griegos e italianos daban mucha importancia a la historia de una civilización común, mientras que los franceses actualizaban los viejos lemas revolucionarios en torno a la solidaridad y la promoción social. Libertad y democracia se presuponían por todos. Hoy se añadiría quizá el cuidado del medio ambiente.

La gran novedad en lo que va de siglo podría ser el auge del individualismo, que está, a mi entender, en la base de los movimientos euroescépticos, aunque se escondan bajo ideologías identitarias nacionalistas.

Pero, como afirmaba hace unos días Julia Kristeva, ni los más decepcionados ni los abstencionistas refractarios, han cuestionado su pertenencia a la cultura europea. Se sienten europeos. Y «la cultura europea puede ser el camino cardinal para conducir a las naciones a una Europa más sólida»: su identidad plural, su multilingüismo, su cultura de los derechos de las mujeres y de la persona, puede y debe ser una respuesta a las crispaciones identitarias, al derrotismo y a la crisis medioambiental.

Enric Barrull CasalsMálaga