Lento y solemne, como es el proceder de todas las cosas importantes y maravillosas, hoy llega el verano. Dicen los expertos en estos asuntos que concretamente ocurrirá a las seis menos seis minutos de la tarde, hora peninsular. Con eso a mí ya me vale para escribir la columna en la que cada verano digo cuánto me gusta el verano, y que cuando se instala, con sus días iguales a siglos, y han regresado los vencejos, y el mar es de los niños, y queda más cerca la alegría, porque cada nuevo verano es una nueva juventud, yo soy un poco más feliz.

De modo que aquí estamos, celebrando su llegada, aunque ya se anuncia desde hace algunos días, cuando empezaron a abrirse las primeras flores del jazmín, que es uno de sus emblemas. El jazmín, el verano en cinco pétalos, es una flor pura y delicada, y por eso suelen los pintores representarlo en un vaso, porque su nítido perfil, de tan hermoso, no se debe acompañar de ninguna otra flor.

El sutil poeta renacentista Pedro de Espinosa, que nació malagueño como yo y murió en Sanlúcar de Barrameda (donde no me importaría morirme a mí, ya que mi niñez sigue jugando en su playa), le preguntó una vez a dios: «¿Quién te enseñó el perfil de la azucena?», que es, sin lugar a dudas, como atinadamente dijo Gerardo Diego, «la más poética pregunta que nunca se le haya hecho al creador». Y aunque al caer la tarde el viejo poeta y yo porfiamos en la pregunta, él por la azucena y yo por el jazmín, nunca discutimos del todo porque en el fondo estamos hablando de lo mismo y, además, estamos de acuerdo.

Y en cuanto empieza a caer la noche, la leve noche estival, el olor del jazmín se acerca en ráfagas tibias. Si con sus pétalos yo acaricio la piel de verano, con el olor escucho su voz, porque hay algo en el perfume del jazmín que es de naturaleza musical, y con idéntico proceder, quizá por compartir la misma extraordinaria pureza, también se desvanece súbitamente.

Pero este verano todo es distinto. Me embarga un hondo temor ante el inminente peligro de una cruzada contra los jazmines. Cualquier zoquete con acceso a la wikipedia puede enterarse de que el jazmín es de procedencia árabe (la etimología de su nombre remite a «regalo de dios»), y puede acometerle un arrebato de reconquista, como ya está pasando por todas partes con bustos y estatuas.

De modo que, precavido, he decidido pasarme el verano guardando las espaldas al indefenso jazmín de mi huerto, no vaya a venir un desnortado que al grito de «Santiago y cierra España», de un certero mandoble me lo tale y me ponga en su lugar un clavel reventón.