Cuando a una víctima la hacen importante por ser víctima, no es bueno, eso no puede ser bueno, decía el sociólogo municipal de Alcàsser José Gil. Esa declaración forma parte de El caso Alcàsser, serie de 5 entregas producida por Bambú para la plataforma Netflix, que se puede ver de un tirón, que es lo que te apetece una vez que picas y le das al inicio. Como el rascar, no puedes parar. De aquella historia chunga lo sabes, lo recuerdas casi todo. Han pasado 27 años, pero hay espectadores que la recordamos sin apenas despeinarnos. He dicho espectadores, y lo he dicho sabiendo lo que digo porque, por desgracia, al crimen de Miriam, de 14 años, Desireé, de la misma edad, y Toñi, de 15, solo le faltó haberlo vivido cada cual en la comodidad de su casa formando parte de la programación, sí, del espectáculo. Mientras el Gobierno de Felipe González se descomponía, acosado por la guerra sucia contra ETA, con un Luis Roldán huido y las cloacas del estado escupiendo su hedor a toda máquina, la tele empezaba a expeler otro tipo de veneno que entraba a casa como una adormidera que ya, sin remedio, se iba a quedar como parte de la familia. Qué bien contado todo esto en El caso Alcásser, qué bien recordado, analizado, retratado. «Alcàsser, zona cero» he llamado a esta columna, y lo hago pensando en aquel programa, ya mítico, que emitió Antena 3 y presentó una cardadísima y lacada Nieves Herrero, un especial de su De tú a tú que se emitió el 28 de enero de 1993 desde la Societat Musical de Alcàsser justo el día en que, como un golpe en el lomo de un país conmocionado, se encontraron los cuerpos de las niñas en lo alto de un cerro a pocos kilómetros de donde fueron subidas a un coche que les llevó a la muerte el 13 de noviembre de 1992. Aquella noche, la del hallazgo de sus cuerpos, se lee sobreimpresionado en la pantalla, la tele en España fue la ganadora absoluta. Se habla de Nieves Herrero, Horrores la llamaría este comentarista después de aquello, pero por allí había un río de periodistas de todos los medios, incluido Paco Lobatón, que ya hacía su ¿Quién sabe dónde? para TVE, que fue quien en realidad ganó la contienda de la audiencia con más de 8 millones de espectadores, el 47’6% frente a los 6 y pico de Nieves y el 31’9% de cuota. La suma de ambos programas, se dice en El caso Alcàsser, permanece como una de las cinco emisiones más vistas en la historia de la televisión en España, y está claro que estas cifras mareantes no serían posibles sin la complicidad de la audiencia. Como siempre. Como ahora.

Zipi y Zape

La minuciosa reconstrucción que de los hechos se hace en El caso Alcàsser, documento que dirige Elías León como un cirujano una reparación arterial, es un juego de encajes, una especie de puzle que no por conocido tiene menos interés narrativo. Hay mucho que alabar en este trabajo colectivo en el que hasta su productor, Ramón Campos, aparece en algunos momentos hablando con personajes importantes de la trama, pero hay uno que destaco sobre ellos. Podían haber echado mano de la fórmula del docudrama, de la recreación de los hechos con actores -siempre desconocidos para dar realismo a lo contado-, pero no, cuando usan este recurso lo hacen a corazón abierto, es decir, sin dar gato por liebre, sin tapujos, mostrando los focos, la cámara, el truco limpio bajo la luz de la noche y la voz de alguien que lee el acta con una voz tan neutra que pone los pelos de punta mientras el equipo se acerca a la maldita caseta donde sucedió el horror. Por aquel entonces, a partir del 29 de enero de 1993, cuando se hace una segunda autopsia a los cadáveres de las niñas, nace una estrella. Pepe Navarro brilla con su show excesivo en las noches de Telecinco empeñado en cruzar el Missippi, un espectáculo que en su día revolucionó el concepto de magacín nocturno por su mezcla de géneros, por su atrevimiento conceptual, por su tendencia al morbo descarado, por su apuesta y su tono gamberro, y allá donde veía morbo y circo, allá que metía la nariz. El crimen que había noqueado al país no llegó solo. Esta noche cruzamos el Missippi forjó a una estrella de la tele de la década del 90 del siglo pasado, había nacido para el show Fernando García, padre de Miriam, y con él, como Zipi y Zape, como Pili y Mili, como el dúo Pimpinela, el periodista de sucesos Juan Ignacio Blanco, que se engancharon a la teoría de lo que ya entonces empezó a conocerse como «conspiranoica», una droga dura que llenó las noches delirantes del circo de Navarro, que iba edificando con sabia, decidida, adictiva y magistral arquitectura los cimientos de la televisión basura.

Gestión del dolor

Para esta pareja, que terminó tirándose los trastos a la cabeza a raíz de otras chifladuras que jamás probaron como la aparición de una cinta donde se veía a gente poderosa, de la política y la banca, y de Marte y de la Conchinchina, olisqueando para disfrute guarro sexual, lo que se conoce como vídeo «snuff», los cadáveres de las crías, salir en la tele y contar ocurrencias era un trabajo. La locura alcanzó tal grado de vesania que entre las imágenes que recupera El caso Alcàsser hay una que la resume, es el momento en que Mauricio Anglés, hermano pequeño de Antonio Anglés, acusado del crimen, huido, y del que jamás se supo, es saludado por el padre del Miriam con afecto, en línea con su idea de que Miquel Ricart, el otro culpable, tampoco tuvo nada que ver. Sé que este texto no es ni una aproximación a la densa seriedad del trabajo que Bambú ha realizado en El caso Alcàsser, lo sé, y que dejo fuera partes de una importancia fundamental. Pero vuelvo al principio. Cuando a una víctima la hacen importante por ser víctima, malo. La Fundación del padre de Miriam es una prueba, dinero a espuertas ganado manejando el dolor sin desfallecer. Nada ha cambiado hoy. Hoy tenemos varios Fernandos García que han sido criados bajo los focos de la tele. ¿Hablamos de Juan José Cortés, el diputado del PP por Huelva? Lo peor es que la zona cero de estas bombas se activó en Alcàsser, pero no encontrará mano que la desactive.