Málaga está de moda. Málaga ha conseguido atraer la atención y el interés de la opinión pública en España y fuera. Para ilustrar este hecho, basta usar una frase popular que describe este estado de opinión. Cada vez que digo que vivo en Málaga, la mayoría de las respuestas suelen ser: "Málaga está fenomenal, ¿verdad? ¡Qué suerte vivir allí!". Las decisiones que se tomaron en su día sobre como Málaga tenía que ser en el 2020 han tenido como consecuencia que la percepción popular sea muy positiva, de progreso y equilibrio; de calidad y amable. Los datos lo dicen y la gente también. Es un éxito.

Sin embargo, lo más difícil del éxito es mantenerlo. Por eso Málaga, que ya tiene la notoriedad para poder competir en las grandes ligas de las ciudades capaces de atraer inversiones y talento a su ecosistema, debe plantearse como mejorar su competitividad para mantenerse entre las ciudades más interesantes para invertir. Sobre lo ya construido, sobre lo ya invertido, Málaga debe alzar los ojos y mirar al futuro.

Siguiendo el proceso estratégico, la primera cuestión es saber qué se quiere que Málaga sea en el 2030. O mejor, qué puede ser. Propongo aquí retomar una reflexión en un blog en 2012 que planteaba la discusión: ¿Le interesaría a Málaga enfocarse hacia un modelo (ecosistema) más parecido al de California o al de Florida? Me explico. No son dos malos referentes con los que comparar a Málaga. Comparten muchos atributos y características. Pero son ecosistemas humanos muy diferentes entre ellos. Comprimiendo el pensamiento, el ecosistema de Florida está centrado en la bondad del clima en un continente donde la mayoría de las personas sufren unas inclemencias climáticas muy incómodas por lo que, invierten en sol y en seguridad. Aparte del por el turismo, Florida es el referente icónico - la marca -- de un ecosistema centrado en satisfacer las necesidades de los que están hartos de vivir una vida gris y se pueden permitir el cambio. Toda la costa Malagueña es el ejemplo de la viabilidad de este modelo.

Sin embargo, California es otro ecosistema en el que lo que prima es la idea del Destino Manifiesto de John L. O'Sullivan (1845) que define el empuje americano hacia el descubrimiento y crecimiento inevitable. Vamos, la idea fundacional del ecosistema americano que llevó a los pioneros a apropiarse del continente. El ecosistema de California es irreverente, progresista y dinámico; se basa en la prueba/error y se nutre de la diversidad alineada ante un propósito compartido. Más joven que el de Florida y por eso más inestable -- factor determinante a la hora de invertir - el ecosistema condiciona tanto los factores macro como los micro, es decir, afecta a qué empresas se crean y se asientan allí, qué necesidades tienen estas empresas y las personas que las componen y cómo se van a satisfacer, cómo se relacionan entre ellas, si se integran en la cultura local o si se crean islas culturales, y en el micro, si hay más o menos tiendas de ropa, restaurantes y colegios. Y de qué tipo. Todo esto depende de a quien se atraiga y para qué. Esta decisión es una decisión estratégica.

No todas las ciudades han sido capaces de aprovechar los vientos favorables para conseguir incrementar el valor de su marca. Sin embargo, hay otras como Barcelona con las Olimpiadas, La Coruña o Bilbao son, desde mi punto de vista, ejemplos óptimos de cómo decisiones estratégicas han tenido un impacto enormemente positivo en la generación de valor. La decisión de implantar el Museo Guggenheim en ese preciso sitio, con ese preciso diseño ha redefinido el alma de la ciudad y los sentimientos de los que pensamos en ella. Igualmente fascinante es el impacto que ha tenido Inditex en La Coruña. El mundo de la moda necesita un perfil muy específico de profesionales y decidieron convertir a La Coruña en un centro de diseño y se ha llenado de servicios para este nuevo público. Ahí están los cambios en la percepción, en la valoración y en el atractivo que estas tres marcas han sido capaces de crear y gestionar.

Obviamente, lo ideal es el equilibrio entre el dinamismo y la estabilidad, pero el pensamiento estratégico está lejos del utópico. Entonces, ¿en qué dirección debería Málaga proyectarse cara al diseño de las infraestructuras, servicios, atributos y percepción para reforzar este estado de opinión positivo? ¿Hacia un modelo que prime las inversiones en activos tangibles o hacia un ecosistema que favorezca el desarrollo de activos intangibles? Cada modelo apela a inversores y/o el talento de características diferentes y no tienen las mismas necesidades. Estos dos modelos son muy válidos y son fácilmente extrapolables a Málaga y tampoco son antagonistas. Mientras tanto, Málaga da pasos y hace enormes esfuerzos en crear este equilibrio entre ambos ecosistemas. Pero la suma de tácticas no hace una estrategia. La estrategia es la que define qué tácticas, qué acciones, qué programas se ejecutan. La estrategia enfoca la inversión de recursos financieros, humanos, técnicos, políticos, etc., en aquellos atributos y factores que construyen una propuesta de valor atractiva, relevante y motivante, tanto para el inversor y para el destino de la inversión.

Málaga deberá, a medida que planifica su desarrollo, hacer una propuesta de valor concreta a sus públicos inversores concretos que responda a dos preguntas: ¿Para qué van a invertir en Málaga? y ¿en qué modelo puede Málaga generarles más valor? O incluso, ¿puede Málaga crear un modelo propio y convertirse en un referente mundial? La relevancia de las respuestas justifica, de largo, las inversiones en obtenerlas.