Y todo se me vino a la cabeza. Llegué a cerrar los ojos para imaginarlo mejor. La parte interior de los párpados, una pantalla de cine donde proyectar los pensamientos. La música seguía sonando en la calle. El silencio y el ruido de fondo vencido por la armada del talento que navegaba por un pentagrama tan cerca del mar, en la plaza de la Constitución de Málaga. A cañonazos y con la sutil herida de los alfanjes, las cimitarras, las pesadas espadas castellanas, los floretes, las pistolas de pólvora y las rodillas cansadas, pero nunca en tierra, de los temidos tercios de Flandes, la música me llevó en volandas cuando yo sólo pasaba por allí...

Me llevó de aquí, en ese momento final del concierto inaugural del MOSMA en que Roque Baños atacaba los primeros compases de su banda sonora para Alatriste, al siglo de oro español, a las imágenes de la película de Tano Díaz Yanes sobre el celebrado personaje de Pérez Reverte. Me llevó al andar cansado del actor Viggo Mortensen (que para mí no es sólo Alatriste, también Aragorn y el marido de Maria Bello en la tremenda «Una historia de Violencia» del tremendo Cronenberg, y el hidalgo de «Océanos de fuego» y el padre coraje de la dura «On the road» basada en el apocalíptico relato de McCarthy y...) y a su peculiar acento de ninguna parte. La música, interpretada en la calle por la orquesta sinfónica de Málaga y el coro Zyriab, me llevó a Quevedo, Lope, Góngora, Calderón, al príncipe de todos aquellos ingenios, Cervantes. En Don Miguel habría que pararse, porque fue, además del mayor novelista planetario, quien mejor narró como reportero y soldado el estruendo terrorífico del espanto de Lepanto, la histórica batalla contra el gran turco en la que él participó un 7 de octubre de 1571 y donde quedó discapacitado de una mano y con dos arcabuzazos en el pecho de los que sanó lento.

La música me llevó a todos ellos y a más monstruos de la naturaleza literaria universal que, de manera increíble, fueron coetáneos y vivieron cerca unos de otros en la capital de aquella España de ultramar. Y les imaginé a todos llegados del Madrid de los Austrias -algunos fueron testigos de los reinados desde Carlos V hasta Felipe IV-, agarrados a una corchea como si de un dragón volador se tratase, hasta aterrizar a la orilla del Mediterráneo para caminar e incluso retarse a duelo el conceptista y el culterano, Don Francisco y Don Luis, ambos gloriosos pero con la mala leche de las españas, por las calles aledañas a la plaza abarrotada de público, de músicos y de música, la antigua judería malagueña, aunque ya no quede de la judería casi nada pero ellos sí existan en sus descomunales escritos.

Al volver a casa para escribir estas líneas que iban a hablar de política local busqué Calderón en Google para comprobar unas fechas antes de situarlo en el artículo y, con sorpresa cada vez menor, comprobé que las primeras entradas eran para José Manuel Calderón (a quien admiro como crack del baloncesto, pero...) y no para el dramaturgo de El gran teatro del mundo. Y es que toda la vida es sueño y los sueños...