Para qué voy a decir otra cosa, nunca me impresionó la supuesta elegancia del personaje Arturo Fernández, un formato clasicista de varón bien trajeado, de buen tono y de buenas maneras, galanteador sin excesos y seductor contenido. Lo que en cambio me ha impresionado siempre ha sido la elegancia de la persona que andaba por detrás del personaje, dotada de una dignidad que venía del trabajo perseverante y bien hecho, de un sentido del humor hondo, de la honradez de no dar nunca gato por liebre, de la sinceridad, ajena no obstante a cualquier exhibicionismo, con que manifestaba sus quereres sociales o políticos y de un culto discreto pero terco a sus raíces y su tierra. En cuanto al personaje, tuvo en todo caso la autoestima y buen gusto (otra forma de dignidad) de mantenerlo en pie hasta el último día, dándole un corte de manga disimulado a las obligaciones de la decrepitud.