Un maldito, en política, es alguien con quien no se pacta, o a lo sumo se hace «con la nariz tapada» (en el argot). El maldito por la derecha es Vox, y por la izquierda (aquí la geografía es más rara) el independentismo, en especial ERC y Bildu. En la pre-investidura los partidos dinásticos del bipartidismo se lanzan al cuello de su rival acusándolo de tener tratos con el diablo, o sea, con su respectivo maldito. Podemos iba para gran maldito histórico, ocupando el espacio que en el franquismo tenía el PCE, pero se ha desinflado, hasta el punto de que en Catalunya, a través de Ada Colau, se ha vuelto bendito. El baile de los malditos, consistente en apartarlos de uno y luego darles un abrazo cuando el público no está atento, ocupa por ahora el escenario, y no hay que descartar que sea el argumento de la obra en la investidura, en lugar de, por ejemplo, el futuro de las pensiones.