Las encuestas demuestran que los españoles no se creen la recuperación de la economía. Sin embargo, «los políticos en general» han superado a «los problemas de índole económica» como la mayor preocupación del país según el CIS. La conclusión inmediata debería ser que PP y PSOE han de pagar medio siglo de hegemonía compartida, que ha conducido al descrédito actual de su actividad. Pues no, los ataques sañudos se dirigen contra los líderes que con fortuna desigual han intentado sacudir el statu quo. Malditos Pablo Iglesias y Albert Rivera.

Después de décadas suspirando por la contención del bipartidismo, los causantes de su liquidación son castigados con la furia de la que siguen exentos PP y PSOE. De nada les sirve a Iglesias y Rivera el consenso de que fueron los vencedores en los dos debates electorales, la única oportunidad en que se ha verificado un enfrentamiento personal entre los tradicionales y los emergentes.

El optimista panglosiano remarcaría que la civilización ha suavizado el tratamiento reservado a los disidentes del bipartidismo. Durante la transición clásica, desafiar al conglomerado de PP y PSOE estaba penado con la cárcel. Lo aprendieron en sus propias carnes Mario Conde, Ruiz Mateos o el ahora resucitado Gil y Gil. Fueron acogidos desde lo frívolo hasta lo regio mientras mantuvieron sus críticas al margen de las urnas, y masacrados en cuanto amenazaron con desbaratar el tinglado dominante. Sin que en ningún momento se discuta la evidencia de sus condenas, para salvaguardar a los operadores jurídicos.

Ahora bien, puede plantearse si Conde y otros hubieran recibido el mínimo reproche, de no haber cruzado el río hacia la orilla equivocada de la política intocable. De hecho, el presidente de Banesto fue jaleado por los mismos Felipe González o Juan Carlos I que sufrieron literalmente un molesto dolor de muelas cuando su protegido les reclamó ayuda. Quienes sostengan que las fechorías de los advenedizos no son comparables a la ejemplar gestión de PP y PSOE, deberán explicar qué diferencias existieron entre la gestión de Marbella a cargo del gilismo y de los populares.

Las compuertas se abren feroces en 2014, cuando los excesos de PP y PSOE propician la creación del Podemos de derechas y de Ciudadanos. La cárcel hubiera resultado estridente en exceso para castigar la osadía de Iglesias y Rivera, aunque la policía patriótica de Fernández Díaz se empleó a fondo por si se necesitaba una cobertura burocrática. La táctica para desactivar a los recién llegados consiste en falsificar sus resultados, negarles cualquier mérito y someterles a una presión superior a la ejercida sobre el bipartidismo. La tolerancia con Pablo Fracasado patentiza las diferentes varas de medir, los responsables popular y socialista tampoco sufren la intromisión en su vida privada que se considera juego limpio en el caso de los emergentes.

Abundan las categorías para calificar a Rajoy, Sánchez o Casado, pero la brillantez y el carisma no sobresalen entre ellas. Dado que Iglesias y Rivera han tenido que sudar cada uno de sus votos, se les acusa de encabezar partidos unipersonales, una evidencia que también serviría para encarecer su milagrosa progresión. Sin más aval que su estampa personal, Podemos y Ciudadanos han obtenido conjuntamente más de trescientos diputados en el Congreso en apenas tres años. De haberse presentado en solitario, ¿cuántos escaños hubiera ganado el presidente actual del PP? Quienes exijan una prueba empírica, pueden remitirse a la pésima valoración personal que recibe Casado en el barómetro del CIS. La derecha lo proclama inferior a Rivera, aunque de momento no vote en consecuencia.

El siguiente crimen atribuido a Iglesias y Rivera es la ambición desmedida, cuando hasta la fecha no han traducido sus centenares de diputados en un solo ministro. Durante tres largos años, el maldito Albert apoyó lealmente a Rajoy hasta el extremo de traicionarse a sí mismo, al aceptar los privilegios económicos del País Vasco. Ciudadanos votó incluso en contra de la moción de censura. Y Sánchez no solo ha gobernado con cierta holgura gracias a los 71 diputados gratuitos de Podemos, sino que además renovó la Administración de la cabeza a los pies en tonos PSOE. En contra del tópico, la candidez continúa siendo el rasgo diferencial de los emergentes frente al bipartidismo insumergible.

Los socialistas agradecen la fidelidad de Podemos manifestando sin disimulo que Ciudadanos les parecería un aliado más solvente. También Rajoy recriminó su comportamiento a Rivera, poniéndole como ejemplo de fidelidad a un PSOE que estaba a punto de descabalgarlo. No importa, los malditos de la política española deberán soportar las críticas a una hazaña sin precedentes, la demostración de que el bipartidismo estaba desnudo.