Todo el mundo conoce a Watson y Crick por describir la estructura del ADN. Watson, más joven, tuvo una carrera centrada en la genética empañada con sus recientes declaraciones racistas. Crick, una persona muy inglesa, un poca vaga, muy inteligente e imaginativo, en los últimos años se dedicó a la neurociencia. Pronto se dio cuenta de que el ADN necesita otra molécula para transferir la información genética que codifica. Dedujo la existencia del ARN. Por cómo se sintetiza, o cómo se creía que se sintetizaba, recibió Severo Ochoa su premio Nobel.

Severo Ochoa descubrió una enzima que parecía que formaba cadenas de nucleótidos, las sustancias químicas que componen el ADN y el ARN. Poder construirlos es un paso de gigante para su estudio. Recibió el galardón junto con Arthur Kornberg, que había sido su estudiante de posdoctorado. El propio Ochoa pidió al Nobel compartir el premio que habría sido otorgado a él solo. Kornberg había identificado la ADN polimerasa, la enzima que sintetiza el ADN.

Es curioso que Severo Ochoa haya recibido el premio Nobel por un descubrimiento equivocado, aunque nada en su trabajo había sido una trampa. Todo lo que publicó se podía reproducir utilizando la descripción del proceso que figura en la parte de material y métodos de sus escritos, la exigencia más importante de la ciencia. Otra cosa es que él, y todos los que lo leyeron, y también los que reprodujeron el estudio, se equivocaran al interpretar los resultados. La evidencia saltó cuando se identificó la verdadera enzima que sintetiza el ARN: ARN polimerasa.

La enzima de Ochoa, la polinucleótido fosforilasa, tuvo una vida brillante. Crick había predicho que bastaban tres bases para formar un aminoácido: adenina, timina, guanina, citosina, cuyas iniciales son las letras del abecedario biológico. El ARN lo lee en el ADN y con esa plantilla fabrica los aminoácidos, los ladrillos con los que se construyen las proteínas. Las proteínas somos nosotros, nuestros músculos, huesos, vísceras, cerebro. Gracias a la polinucleótido fosforilasa se pudo demostrar cómo se fabrica el aminoácido fenilalanina, exactamente con tres uracilos, la base que sustituye a la timina en el ARN. Abrió el camino para sintetizar el resto. A Severo Ochoa le dieron un premio Nobel por una conclusión equivocada, pero su descubrimiento tuvo un protagonismo fundamental en la biología.

La otra cara de la historia de los premios Nobel españoles de la ciencia es la de Santiago Ramón y Cajal, quizá el neurocientífico más importante de todos los tiempos. Hijo de un profesor de Anatomía, por su habilidad y gusto por el dibujo, se sentía inclinado a la carrera artística, pero su padre lo convenció para que fuera médico. Pronto, siguiendo sus pasos, ganó cátedra de Anatomía. Estuvo en varias universidades antes de llegar a la de Barcelona, donde iba a realizar los estudios que aún hoy se admiran.

Como anatomista se enfrentó con la descripción del sistema nervioso. Hacía años que un patólogo alemán, Wirchow, había formulado la teoría celular: somos una república de células, que forman regiones, los órganos y tejidos, coordinados por sustancias químicas, las hormonas, e impulsos nerviosos.

Cada célula es un perfecto ser vivo que alberga en su seno una maquinaria asombrosa. En el centro, el núcleo contiene el ADN. Rodeándolo los ribosomas, donde se fabrican las proteínas, las mitocondrias, el lugar donde los azúcares que absorbe la célula se trasforman en energía y otros muchos corpúsculos necesarios para mantener esa maquinaria de vida. Todo eso se pudo ver con claridad gracias las tinciones. Una de las más importantes la inventó un italiano, Golgi. Con ella, algo modificada, Cajal logró teñir las células del sistema nervioso central. Mientras las miraba al microscopio, las dibujaba, dibujos que hoy admiramos por su belleza y precisión. Fue capaz de intuir la función desde la forma: en esos dibujos coloca flechas que describen, bastante atinadamente, el flujo de información a través de las neuronas. Por su contribución a la teoría neuronal recibió el premio Nobel. Lo compartió con Golgi, por su tinción.

Aquí viene la curiosidad. Golgi en su discurso, que tituló 'La teoría neuronal', comienza diciendo: «Puede ser extraño que dado que me opongo es esta teoría€ la elija como sujeto de mi discurso» y más adelante: «Aunque admire la brillantez de la doctrina que es un producto digno del alto intelecto de mi ilustre colega español, no puedo estar de acuerdo con él en algunos puntos de naturaleza anatómica». Golgi había estudiado las células nerviosas, pero no había logrado entender adecuadamente lo que veía. Eso fue lo que hizo Cajal. Pero Golgi seguía aferrado a la teoría reticular, que defendió en su discurso poniendo en duda el merecimiento de Cajal al premio Nobel.

Dos premios Nobel, dos curiosas historias sobre sus contribuciones, dos científicos de talla por su honradez, inteligencia e imaginación.