Hace varias legislaturas, cuántas en concreto cuesta trabajo decirlo porque en los últimos tiempos se suceden a un ritmo vertiginoso, el vencedor de las elecciones, Mariano Rajoy, desechó presentarse a la sesión de investidura porque no contaba con los apoyos que le garantizase el salir triunfante. Con muchos menos escaños de los que disponía entonces el PP, Pedro Sánchez le ha puesto fecha a la investidura de ahora. Y lo ha hecho tras unas supuestas negociaciones en las que los principales partidos (menos Cs) han acudido a La Moncloa para irse de la reunión igual que llegaron: sin ninguna oferta de pacto del candidato Sánchez. Ni siquiera Unidas Podemos, la coalición más adecuada, según el propio PSOE, para arbitrar si no una mayoría parlamentaria al menos algo que se le aproxime, ha logrado sacar en claro qué es lo que hay sobre la mesa. El líder de UP, Pablo Iglesias, ha reclamado un Gobierno de coalición en tantas ocasiones que hemos perdido ya la cuenta. Pero el resultado ha sido siempre el mismo: ninguno. Todo lo más que han ofrecido los socialistas ha sido un puñado de cargos de segunda fila. Así que las negociaciones, siempre difíciles cuando no se cuenta con mayoría, ni siquiera han comenzado. Pese a ello, ya hay fecha para el debate: la del 23 de julio. Lo que no se sabe es a qué obedece ese gesto de tirarse a la piscina sin saber si hay agua. ¿Una presión añadida sobre Iglesias al establecerse un plazo cerrado, entendiendo que si UP da sus votos a Sánchez los nacionalistas catalanes y vascos facilitarán el resto mediante su abstención? ¿Una nueva y febril sesión de negociaciones? ¿La existencia de un acuerdo secreto con Cs para componer esa mayoría por la que suspiran las fuerzas económicas e institucionales del reino? No se sabe ya que, al tancredismo absoluto de Rajoy, Sánchez le ha añadido un silencio sepulcral. Pero lo del sepulcro no se refiere tanto a él como a la propia legislatura porque otra hipótesis nada descartable apunta a que, poniendo fecha para el debate de investidura, lo que hace el único candidato posible es forzar la celebración de unas nuevas elecciones. Las encuestas anticipan que, de llevarse a cabo, supondrían el hundimiento de UP, Cs y Vox. La vuelta al bipartidismo, vamos, que resurgiría de las cenizas en las que todos le colocamos. Un solo partido de izquierda moderada y otro equivalente de derecha, con los nacionalistas de bisagra, es el modelo que hemos seguido desde la caída de la UCD de Adolfo Suárez. Con las dudas acerca de dónde nos llevaría ahora esa marcha atrás.