Querido don Alfredo: Hoy, en vísperas de un nuevo cumpleaños que recaerá sobre mis espaldas, se conmemoran 5 años desde que te marchaste de forma repentina y sin poder despedirte como quizás te hubiese gustado, dejándonos huérfanos de tu aureola y sabiduría de antaño con la que tanto disfrutábamos oyéndolas de tu propia boca aquellos que con tanta devoción te queríamos y admirábamos. A pesar de ello, te fuiste feliz para ya estar definitiva y eternamente junto al amor de tu vida Sara, tus padres, aquellos que un día allá por 1953 dejaste en tu Buenos Aires querido cuando partiste en busca del sueño europeo, prometiéndoles regresar lo antes posible, pero que este maldito tiempo que nos abandona a la velocidad de un suspiro, te frenaría en seco. Una emoción especial imagino que habrás sentido al volver a ver a tu hermano Tulio, con quien viviste una infancia dichosa pero que tristemente hubo de partir en el momento más inesperado, dejando un vacío enorme en ti que supiste llevar con gran entereza. Ya podrás compartir con él todo aquello que se os quedó por el camino. Y cómo no, la enorme sensación de felicidad que habrá supuesto para ti volverte a encontrar con el resto de tus hermanos «cancheros» con los que lograste alcanzar la gloria en aquel Real Madrid de las cinco Copas de Europa.

Imagino que especial alegría habrá supuesto para ti volver a ver a tu querido Pancho Puskás, del cual únicamente tenías palabras de admiración. De él recuerdo que me decías que tenía un agujero en los bolsillos, y es que cuando se le acercaba cualquier persona necesitada «Cañoncito Pum» no dudaba en tenderle su mano. Te habrás encontrado con Marquitos y Lesmes, ese muro de contención que formaban los dos y que metía miedo a cualquier delantero que se les cruzase por el camino. Y como no, con Zárraga, ese perro de presa dentro de un terreno de juego cuyo menú favorito era el de comerse las tibias de las estrellas rivales y que fuera de la cancha era la persona más tierna y dulce del mundo. También se me viene a la cabeza el pequeño «Napoleón» Kopa, que aunque hiciste todo lo posible para que se acoplase a la vida en Madrid, finalmente la añoranza de su tierra le pudo más y regresó antes de lo previsto a Francia. El «Nene» Rial, Joseíto, Vidal, Mateos, el gran Juanito Alonso€ todos ellos con los que alcanzaste el olimpo de los dioses del balompié. Más dudas me surgen en cuanto a Miguel Muñoz, ya sabes por lo que te lo digo, ¿verdad? Aunque seguramente ya lo habrás perdonado.

Por cierto, ¿qué tal ha sido el reencuentro con don Santiago? Sé que se habló mucho de vuestra maltrecha relación, pero en petit comité siempre me contabas que le adorabas y le querías como a un padre. He de suponer que el sentía lo mismo por ti. Lástima no haberle conocido en vida, hubiese supuesto para mí un verdadero honor. Si puedes, dile de mi parte que hace apenas un mes fui a rendirle honores a Almansa para así ver cumplida mi promesa de que si algún día hacía algo medianamente interesante o de cierta relevancia por el Real Madrid, al primero que se lo iba a decir sería a él.

Querido Alfredo, se me vienen a la cabeza aquellas largas conversaciones en las que me contabas, no sin cierta nostalgia, tus tardes dominicales gloriosas donde el viejo Chamartín, lleno hasta la bandera, clamaba a grito pelado cada una de tus acciones con el característico «Ohhh», que les dejaba boquiabiertos ante alguna gambeta o remate inverosímil. Lo que hubiese dado por verte jugar.

Aunque también he de confesarte que hasta que no hubo complicidad entre nosotros llegué a tenerte un miedo atroz, ya que tu tremenda personalidad hacía que a veces hasta me llegasen a temblar las piernas cuando te veía, pero enseguida tu carácter se volvía dulce y tierno cuando te mencionaba algo de tu memorable pasado. De hecho se me viene a la cabeza aquel momento en el que al regreso de mi luna de miel decidí visitarte para llevarte un regalo ya que por tu estado de salud finalmente no pudiste venir a mi boda. Aquel día iba provisto de algún que otro objeto de tu época de jugador y al sacar a relucir una de tus «remeritas» de aquel glorioso año 1947, de cuando conquistaste con River el mejor campeonato de su historia y algunas fotos que jamás antes habías visto de tu etapa como madridista, me di cuenta que dos lagrimas impregnadas de nostalgia y sensibilidad lentamente recorrieron tus sonrosadas mejillas hasta desaparecer de tu rostro, algo que me hizo estremecer. Fue el momento en el que más cercano a ti me sentí y que guardaré para siempre en lo más profundo de mi corazón como el día en el que definitivamente nuestros lazos de afecto quedaron unidos para siempre.

¿Sabes? Hace pocas fechas tuve la suerte de conocer a tu hija Sofía, llegando a entablar una bonita amistad con ella. ¡Jo, y como se parece a ti, hasta en el lunar que tiene bajo su ojo izquierdo que es idéntico al tuyo! Me parece una chica fantástica.

Querido Alfredo, no pienso despedirme de ti con un hasta siempre sino con un hasta pronto, porque una de las misiones que me he auto-encomendado en esta vida es la de que tus viejas hazañas y las de aquel fútbol en blanco y negro permanezcan muy presentes entre las generaciones actuales y futuras, para que sepan bien a las claras quien ha sido el jugador más grande de todos los tiempos, don Alfredo Di Stefano Laulhé. ¡Gracias, viejo!