Cada 7 de julio volvemos a correr delante de los toros. Toros de rabiada ganadería. Más terribles que un Miura o un Victorino. Toros de exagerado porte, fibrosos, con cornamentas que abarcan más de un titular. Toros malcarados, con el hocico impaciente y la cabeza altiva. Los adivino detrás de los corrales mientras espero en Santo Domingo. Los nervios tensan glúteos y gemelos. Todos los corredores a la espera del chupinazo.

A San Fermín pedimos / por ser nuestro patrón, / nos guíe en el encierro / dándonos su bendición.

El sonido del cohete nos agarra del pañuelo y nuestros músculos electrificados se lanzan a la carrera. La puerta de toriles se abre y ahí están los seis ejemplares coceando los adoquines para sembrar la alerta en la calle.

A la cabeza avanza un toro jabonero de casta vazqueña, con el nombre Process. Más de seiscientos kilos de peso. Adelanta el pelotón y embiste a decenas de mozos que aún pensaban que podrían salir ilesos. Animal terco que embiste una y otra vez a izquierda y derecha para buscar salida por donde no la hay. Me pego al muro para esquivarle aunque temo que volveré a encontrarme con él en la carrera.

Por la calle Mercaderes arranca un toro negro zaíno que, más que correr, nada entre los mozos tratando de ponerse a salvo de la miseria, las mareas, las mafias y la intolerancia. Le guían varios corredores acariciándole el lomo, pero algunos le cortan el paso, tropiezan, resbalan haciéndolo naufragar en la curva de Estafeta.

Un pitón de uno de los vacunos me roza la cabeza justo en el instante en que atravieso el tramo de Telefónica. Es un toro bragado, corniabierto, demasiado desbocado. Maltrato es su nombre y no hay modo de derribarlo. Entre todos los corredores le agarramos por el rabo tratando de evitar que retroceda. Se resiste, pero acabará rendido si todos tiramos hacia el mismo lado.

Sin duda, el peor momento transcurre en el callejón, cuando el cuarto toro, melocotón, de nombre Trompetero, con un flequillo bravío que flirtea de lado a lado de la cornamenta, se detiene en mitad de la calle. Los corredores que le acompañamos tropezamos con él y caemos al suelo bajo las pisadas de los perseguidores. Un cuerno mira a Irán y el otro a China. Duda mientras agita el rabo, bufando contra el suelo. Los que estamos bajo sus patas aguardamos sin saber qué hacer mientras se decide a seguir el camino recto. Los cabestros llegan a su altura y comienzan a rodearle a pesar de que no tiene demasiada intención de continuar. Parece fascinado por su arrogancia. Una de las vacas consigue conducirle finalmente hasta la plaza.

En el foso algunos mozos se encargan de guiar a toriles a los dos rezagados. Parado y Precariedad. Ambos demasiado mansos pero no por ello menos peligrosos, que atraviesan el albero sin destacar en la manada por la bravura de aquellos que acaparan la opinión del respetable.

Cuando las señales horarias dan las ocho de la mañana en Radio Nacional, oigo un año más el encierro de San Fermín. Ojalá pudiéramos torear y dar un definitivo descabello a todas esas malas noticias que nos persiguen en los informativos. Mientras tanto, ya es hora que de una vez, indulten a los verdaderos y bravos toros de lidia.