Lo he dicho - y lo he escrito también - en no pocas ocasiones: fuimos muy afortunados aquellos que tuvimos el privilegio de vivir, gracias a las fechas y lugares de nacimiento que nos tocaron, aquellos tiempos de portentos y de cierta inocencia. Tiempos en muchos aspectos casi mágicos, que nos permitieron trabajar para mejorar el nivel de prosperidad en la tierra que nos rodeaba. Gracias a la coincidencia de nuestras vidas con aquel singular fenómeno socio-económico, casi sin precedentes en la historia de la humanidad, el "turismo".

Uno de esos afortunados privilegiados fue don Gregorio Aranda, mi buen amigo. Quien fuera un ilustre hotelero marbellí durante más de medio siglo. Nació en San Pedro de Alcántara y se formó profesionalmente en el primer hotel con aspiraciones de internacionalidad de la historia de Marbella: El Rodeo de San Pedro de Alcántara, conocido en la segunda mitad de los años cuarenta como la "Venta y albergues del Rodeo".

Fue ese establecimiento el precursor del mítico Marbella Club. Lo que tenemos que agradecer a la intuición de su genial creador, don Ricardo Soriano y Scholtz von Hermensdorff, marqués de Ivanrey. Era don Ricardo primo del príncipe Maximilian de Hohenlohe y de su esposa, la españolísima princesa Piedita, y por lo tanto tío del legendario Alfonso de Hohenlohe.

Conocí a don Gregorio después, en los comienzos de los años sesenta. Ya dirigía el Hotel Cortijo Blanco. Un atractivo y recién inaugurado establecimiento, que sería copiado hasta la saciedad en los más insospechados lugares del planeta. Como en aquel pequeño hotel, que Concha, mi mujer, y yo descubrimos un día en una recóndita cala de la isla de Mahé, en las Seychelles.

Anunciaba buenas singladuras el Hotel Cortijo Blanco en 1960 en tierras marbellíes de San Pedro de Alcántara. Fue absolutamente fiel a la arquitectura tradicional de Andalucía. Desde sus comienzos practicaron con brío el arte de la hospitalidad hotelera. Con un tono de buen gusto muy español. Era obvio que sus propietarios tenían vocación de ir convirtiendo su hotel en un museo de antigüedades y de objetos de arte de nuestra tierra. Lo que no fue cuestión baladí. Gracias a Gregorio Aranda y a sus estupendos colaboradores se estaba convirtiendo rápidamente aquella casa en el irresistible objeto del deseo de viajeros y vacacionistas de medio mundo. Rápidamente sus listas de espera se hicieron tan largas como famosas. Fui testigo de ello.

En aquella época un servidor de ustedes trabajaba en Viajes Málaga, una muy prestigiosa agencia de viajes local con sedes en Málaga, en Torremolinos y más tarde en Marbella y en Sotogrande. Propiedad de la malagueña familia de los Utrera, junto con sus competidores de Viajes Torremolinos, hicieron posible el que la Costa del Sol empezara a ser conocida en todo el mundo. Torremolinos ya era entonces, al final de los cincuenta, la capital de la Andalucía turística y una protagonista indiscutible de uno de los casos de desarrollo turístico más espectacular que tuvo la Europa de aquellos tiempos. El auge de Marbella vendría después.

Pronto descubrí que una de las sabias facetas de la estrategia hotelera de don Gregorio era la de dosificar el "mix" de nacionalidades de su clientela. Aprendí mucho de aquel inteligente y sutil maestro. Siempre admiré su sabiduría hotelera, su buena mano torera y su prodigioso don para las matemáticas. Por supuesto mucho de su magisterio me ha servido hasta el día de hoy.

Desgraciadamente don Gregorio nos dejó el pasado 9 de junio. A las 9 de la mañana. Ya ha pasado un mes. Su muerte, al final de una muy larga y fecunda vida, fue como se decía en las antiguas lápidas romanas, rápida y dulce. Estaba en su casa de Marbella, y como siempre, muy cerca de Mari, su esposa. Una muerte buena para un hombre bueno. Hizo Gregorio Aranda grandes cosas en su vida. En la larga lista de sus logros, como director de importantes hoteles marbellíes, se suele citar su protagonismo en la legendaria Embajada Volante de Marbella. Una de las más importantes acciones de promoción turísticas de la reciente historia del turismo europeo. En su muy andaluza y sabia modestia, nunca mencionaba sus muchos éxitos profesionales. Eso sí. Siempre me comentaba, con legítimo orgullo de padre y maestro, los últimos logros y el buen hacer profesional de sus hijos, Paco y Antonio. O el de algún antiguo colaborador suyo. Los grandes suelen ser así.