'Monocolor' es la palabra de moda, compitiendo con 'manada'. Por desgracia, la vida no tiene un único color. Tampoco el PSOE es monocromático, desde su mestizaje primigenio como hibridación de etnias diversas. El primer Gobierno de Pedro Sánchez no ha sido monocolor, porque es difícil imaginar un ejemplar más exótico y multicolor que un astronauta, Pedro Duque. Por no hablar de independientes tales que el hoy cuestionado Grande Marlaska, que ni siquiera es de izquierdas.

Sánchez y Pablo Iglesias necesitan contratar a un relator, para atenuar la hostilidad que se profesan. Sin embargo, refugiarse en el Gobierno monocolor transmite un complejo de inferioridad, la fortificación de los débiles. El PSOE hubiera rechazado en otro momento por infamantes las acusaciones de gris uniformidad, y ahora reclama la unanimidad con redoble de tambores. Tolera un umbral de disidencia inferior al PP de Rajoy.

La apelación al Gobierno monocolor trata de blindar el gabinete como última frontera del bipartidismo. Nunca ha jurado un ministro nombrado por una formación distinta de PP y PSOE, aunque ha habido titulares de carteras sugeridos por ejemplo por el Rey anterior. El templo deliberativo del consejo de ministros debe permanecer inviolable. Ni siquiera Miquel Roca y Duran Lleida, monocolores a gusto del consumidor, lograron traspasar esa frontera. Al margen del desafío a los resultados electorales, la apuesta por el Gobierno de partido único desobedece todas las pautas de creatividad. ¿Una selección de fútbol monocolor?

Pese al voluntarioso empeño socialista por porfiar en la monotonía, el bipartidismo fetén ha desaparecido. PP y PSOE preservan jugosas cuotas de poder, pero se acabaron los tiempos en que cosechaban cuatro de cada cinco sufragios. ¿Qué pasaría si los socialistas sometieran a sus militantes la viabilidad de un pacto de Gobierno con Podemos? El resultado afirmativo de este interrogante quedó patente en abril, pero el CIS ha sustentado científicamente que Podemos no aterroriza a los votantes de izquierdas con la misma intensidad que al presidente del Gobierno. En cuanto a la consulta sobre el ejecutivo ideal a quienes han perdido las elecciones, implica una denigración flagrante del veredicto de las urnas.

El discurso monocorde de Sánchez fracasa ante la evidencia de que ningún votante socialista, y fueron más de siete millones, confiaba en un triunfo monocolor que evitara pactar con otras fuerzas, empezando por Podemos. La picaresca política amaga con encuestas que favorecen a Sánchez por encima incluso de los 150 diputados. Con dos matices. En primer lugar, la materialización de estos sondeos implica el adelgazamiento de los vecinos del PSOE, y en ningún caso se asoman a la mayoría absoluta. Y sobre todo, los muestreos no se han realizado en el vacío.

Las encuestas aplauden a Sánchez por su victoria relativa de abril, que pudo ser más contundente si el líder socialista hubiera exhibido algo de brío en la recta final de la campaña. Sus resultados explosivos en los sondeos se basan en la esperanza de que va a gobernar, no de que se dispone a facilitar unas nuevas elecciones. De frustrarse un Gobierno monocolor o policromado que en la noche electoral se daba por sentado, se extenderá un manto de decepción sobre el votante progresista. Aunque la Derechísima Trinidad no se encuentra en su mejor momento, en las elecciones siempre se parte de cero. Pablo Iglesias deberá salir de nuevo en auxilio de un líder socialista noqueado, al igual que sucedió en los dos debates consecutivos de las últimas generales.

El mensaje socialista a Podemos reza que «tú no puedes venir a mi boda, pero envíame a un cuñado en tu nombre». La propuesta es más humillante que una simple negativa, y esta semana monocolor se ha endurecido la invitación, al negar también la entrada al cuñado. Sánchez está en su derecho de desacreditar al partido a su izquierda, pero tampoco sería descabellado que admitiera la utilización abusiva de Iglesias como salvavidas. En la moción de censura, en el regalo de 71 diputados durante un año de Gobierno o en las ya citadas encerronas preelectorales. Ahora mismo, las pretensiones moradas se sitúan por debajo de lo que sus votantes querrían exigir al PSOE.

A fuerza de golpes, cabe el riesgo de que Iglesias acabe pareciendo más serio que Sánchez. Un abismo separa hoy la valoración de ambos líderes, a favor del socialista. Sin embargo, el secretario general de Podemos ha perdido su condición de monstruo irrecuperable del palmarés político. A lo largo de medio siglo de democracia, los presidentes del Gobierno se han visto obligados a convivir en el gabinete con vicepresidentes que preferirían haber tenido a la distancia del Kalahari. La apreciación sirve para Suárez con Abril Martorell o González con Guerra, pero solo hoy se ha erigido en un escollo insalvable.