A 36,5 grados uno no tiene fiebre. Y circula tan a gusto. Eso es así siempre que al aire acondicionado de su utilitario no le dé por averiarse de camino a las playas. La pareja que se las prometía tan felices ya no está tan a gusto. Porque fuera se está a 36,5 grados y forzosamente hay que bajar las ventanillas de lo que empieza a ser un auténtico horno. Eres testigo indirecto de la discusión posterior cuando se paran a tu lado en uno de los últimos semáforos de El Palo, ya enfilando La Araña. Y casi te sientes culpable. Primero porque tú sí estás tan a gusto. Con tu aire puesto. Y segundo porque los gritos atraviesan el cristal de tu ventanilla y sin quererlo te convierten en espectador privilegiado.

Hay personas que por mucho que tomen la acera buena con 36,5 grados de temperatura a la sombra no acaban de resultar agradables. Tienen mala sombra hasta cuando cruzan la calle para resguardarse de los rayos solares. Intenta uno untarse cremas solares de última generación, libres de aluminios y parabenos, para librarse de la radiación a ciertas horas, pero no encuentra la receta perfecta para evitar a esos «mala sombra». A veces ese difícil trato que hasta reparten de camino a la playa atraviesa todo tipo de cristales. Da lo mismo que ahumados, tintados o de última tecnología.

El insulto en carretera ya es despiadado cuando se te rompe el aire acondicionado de camino a la hamaca. Pero se tuerce desproporcionado si encima, como ayer ocurría a la altura de Rincón de la Victoria, un accidente múltiple propiciaba un monumental atasco. La pareja en cuestión, al contemplar que pasados los semáforos se adentraban en un abrasador Mordor en forma de interminable caravana, optó por interrumpir su marcha y aparcar en el arcén.

Desconozco a estas horas si su osadía, la de abandonar a su suerte el coche en las inmediaciones del acceso al puerto deportivo de El Candado, les acarreó el boletín verde con el que los agentes de la Policía Local, en cumplimiento de una de sus muchas obligaciones, suelen adornar toda suerte de limpiaparabrisas. Lo que sí me dio la estampa para reflexionar sobre esas medias maratones que nos autoimponemos por capricho.

Tengo un buen amigo, de los que no suele gastar mala sombra, que tira a todas horas de refranero. Resulta muy cansino. Pero terminas por acostumbrarte. Total, que levante la mano el Nadal que no tiene alguna manía. Miren si no a algunos de esos futbolistas que besan la hierba nada más saltar al césped. Ese pasto que alguno hasta se atreve a rumiar, cual vaca de la pradera. ¿Vieron ayer cómo Djokovic masticaba la hierba nada más zamparse a Federer tras cinco horas y un 12-12 para ir al novedoso desempate del quinto set? Pues eso, manías.

Mi amigo sabe que a quien buen árbol se arrima buena sombra le cobija. Pero no predica con el refrán. Es de autoimponerse medias maratones por capricho. Lo mismo que los «mala sombra» del arcén. Le ha dado por jugar al pádel a las cuatro de la tarde. Es la hora, según dice, a la que siempre tiene pista disponible en su urbanización. Es en estos casos cuando insisto en que no es sano todo el deporte, como no toda sombra es buena.