Llevaba años, décadas sin rumbo el mayor de los bancos alemanes y otrora símbolo de su potencia industrial-financiera, perdido en una estrategia inspirada por la banca anglosajona y muy ajena al espíritu fundador.

Una estrategia con la que finalmente, en vista de los repetidos fracasos, la nueva dirección del Deutsche Bank ha decidido romper, bajando por fin de las nubes para poner los pies en el suelo.

El nuevo máximo responsable de la institución, Christian Sewing, ha anunciado drásticos recortes en las actividades desarrolladas como banco de inversión y se propone devolver a la sede de Frankfurt el centro de toma de decisiones además de eliminar 18.000 puestos de trabajo.

La exitosa trayectoria de un banco que contribuyó poderosamente al llamado milagro económico de la Alemania de posguerra se quebró por la ambición de unos directivos que quisieron imitar a sus colegas transatlánticos y apostaron fuertemente por un tipo de banca que no dominaban.

Cuando, tras la caída del telón de acero, se aceleró la globalización de los mercados financieros, los grandes bancos de inversión estadounidenses pasaron al ataque en todas partes, incluida Alemania, y el Deutsche Bank, insatisfecho con sus ganancias en el territorio que mejor conocía, se creyó capaz de competir también con sus rivales en los propios EEUU.

Pero, según sus críticos, adoptó sólo las peores prácticas de la banca anglosajona, antepuso el crecimiento rápido a todo lo demás, descuidó el control e hizo la vista gorda ante los casos de blanqueo de capitales y otros grandes delitos, que le han supuesto multas millonarias en EEUU.

Resulta especialmente significativo que entre sus clientes VIP estuviese el hoy presidente de EEUU Donald Trump, al que los propios bancos de aquel país se negaban a prestar por dudar de la solvencia de sus empresas inmobiliarias.

Sobrevalorando sus propias fuerzas, el Deutsche Bank quiso conquistar el importante mercado norteamericano sin conocer suficientemente aquella cultura financiera, fracasó estrepitosamente en la tarea, y hoy se enfrenta en aquel país a sanciones que le han hecho tambalearse.

Entre otros motivos de su fracaso está el hecho de haber elegido mal al personal de dirección, lo que le obligó a pagar además indemnizaciones millonarias para deshacerse de unos directivos que demostraron menos aptitud que codicia.

Aunque el Deutsche Bank no es la única empresa europea en tropezar en EEUU. Bayer compró al gigante agroquímico Monsanto sin valorar los problemas que iba a heredar por culpa de su polémico producto estrella, el herbicida Roundup, supuestamente cancerígeno.

En un comentario muy crítico, el semanario Der Spiegel explica que la UE actual no es la de cuando la caída del muro de Berlín: hoy existe la eurozona y la economía europea está cada vez más cohesionada, pero, a diferencia de lo que ocurre con la industria, la banca alemana no se ha beneficiado de ese fenómeno.

El problema es que los bancos y los mercados de capitales están sometidos a distintas regulaciones y diferente supervisión en cada país de la UE, algo que aprovechan sus rivales estadounidenses, a los que el enorme mercado nacional les da fuerza para competir con éxito en todo el mundo.

Europa necesita una banca fuerte para financiar a sus empresas porque todo lo demás sería ingenuo en vista de la feroz competencia de estadounidenses y chinos, escribe la revista, que apela al Gobierno de Berlín para que deponga su oposición a que se complete la unión bancaria que reclaman otros gobiernos europeos como el del francés de Emmanuel Macron.