Lo afirmaba el pasado 29 de junio el brillante columnista británico; el que ahora utiliza el «nom de plume» de Bagehot en The Economist: «Tanto Boris (Johnson) y la consecución del Brexit a cualquier precio pueden ser explicados por algo más profundo: el auge del nacionalismo inglés. El Partido Conservador va camino de convertirse en un partido nacionalista inglés en vez de un partido unionista. En una reciente encuesta de YouGov se confirmaba que el 63% de los miembros del Partido Conservador preferían ver una Escocia independiente antes que perder el Brexit».

El drama para los conservadores escoceses, galeses o de Irlanda del Norte es que su partido está siendo fagocitado por el nuevo ultranacionalismo feroz y miope hacia el que está evolucionando una parte ya significativa de la Inglaterra profunda. En realidad, al paso que van, pueden llegar a ser tan irresponsables y demagogos como los seguidores del muy trumpiano Nigel Farage y su radical-nacionalista Brexit Party. Como advertía un muy respetado laborista, Gordon Brown, «la unión de los británicos peligra hoy más que en cualquier otro momento de los últimos 300 años».

El reciente y grotesco espectáculo de los recién elegidos diputados brexistas británicos del nuevo Parlamento Europeo, dando la espalda al hemiciclo, mientras sonaba el Himno de Europa, roza lo obsceno. Como lo rozó la indiferencia y el cinismo egoísta de muchos conservadores ingleses cuando sus representantes políticos - antes y ahora - mentían alegremente («blithely») a los electores. Aun así en Escocia, los partidarios de la permanencia en la UE alcanzaron en el referéndum del 2016 el 62% de los votos.

Coincidiendo con el triunfo de los brexistas en el referéndum publiqué un artículo en estas mismas páginas en junio del 2016 («El espejo roto»). Me permito citar uno de sus párrafos:

«En todo esto he pensado durante estos últimos meses, dominados por «la paranoia retórica de los Brexiters», según John Carlin. He pensado con pesadumbre en los errores y el oportunismo culpable de muy eminentes políticos conservadores. Como inicialmente le ocurrió a David Cameron y a demasiados de sus «confrères» de la ya no tan civilizada derecha de Inglaterra. Hasta el final muchos de ellos han estado inmersos en las políticas del egoísmo, en la mentira y en la mediocridad intelectual. En los antípodas morales de la ejemplar campaña de Margaret Thatcher y los conservadores de 1975. En aquel referéndum la férrea dama consiguió entonces que dos tercios de los votantes británicos optaran por la integración en la Comunidad Económica Europea. Aquella mayoría fue buena para el pueblo británico. Y sobre todo fue buena para nosotros los europeos.»

Ya lo detectó y lo anunció John le Carré, maestro y amigo, en una de sus mejores obras, publicada en 2010: «Un traidor como los nuestros». Como en tantos otros lugares del planeta, incluso en el otrora admirable Reino Unido, también allí nos encontramos a políticos sin decencia y sin honor.