Uno de los pisos de enfrente acaba de ser habitado. El salón carece de cortinas. Desde mi ventana lo veo de noche, cuando encienden la luz, perfectamente. Es una pareja joven. Y con cierta adicción a la costumbre, a los hábitos fijos. Cuando sean viejos lo llamarán rutina. Invariablemente, a las 22.30 comienzan a poner la cena en una mesa sofalera, de esas que se alzan un poco. Con la televisión enfrente. Yo también, ahora que lo pienso, debo ser de costumbres fijas, dado que a las 22.30 estoy asomado a la ventana. Es un hábito. Pronto lo llamaré manía.

Traen una botella de vino, no sé si empezada; una botella de agua, los vasos, las servilletas, los platos y una fuente cuyo contenido no acierto a divisar. Serán macarrones o ensalada. Tal vez filetes. O pollo. Creo que no hablan mucho. Miran la tele pero yo su tele no la veo desde mi ángulo. Espero por su bien que no sea la pared lo que miran. Si miraran hacia mí, me verían. Pero no miran. La tele les debe resultar absorbente. No voy a sacar ninguna conclusión, la tele mata el diálogo, la tele aisla, las familias ya no se hablan. No. Tal vez hablen todo el día y este sea el rato de las series, de las películas. Con ese momento precedente de felicidad, al final de la jornada, en el que, al fin zapatos fuera, niños acostados, se prepara la cena dando un sorbito de vino, comentando algo y planificando qué serie se va a ver.

Me retiro de la ventana y a veces vuelvo a echar un vistazo. Una hora y pico después. O a los cinco minutos. O a las tres horas. O no me acuerdo de ellos pero me asomo a ver si corre aire o a comprobar si mi automóvil sigue en su sitio cuando logro aparcarlo cerca. Y a veces siguen ahí y a veces no. En ocasiones ya solo está ella. Debe ser que la obsesión horaria es solo por comenzar a cenar y no por acostarse. Nunca los he visto por la mañana. Deduzco que se van antes que yo, y eso que mi hora de irme varía muchísimo. A veces me voy tarde y otras veces tardísimo.

Me está empezando a preocupar que me preocupe su vida. Me está empezando a preocupar que me preocupe no saber qué cenan. Me tiene preocupado que cenen tan tarde. Pese a la magnitud de la fuente, a lo tardío de la cena y al hecho de que engullir viendo la tele engorda, están delgados. Delgados pero fuertes, tampoco vaya a pensar el lector que soy vecino de unas sílfides. Debe ser que almuerzan poco. O que hacen mucho ejercicio. Tarde, tarde, aunque ya he dicho que no sé muy bien la hora de retirada, no parece que se acuesten.

Hoy tengo una cena y no voy a llegar a casas a las 22.30. Tal vez aunque yo crea que no, sí se han percatado de mi presencia y hoy se darán cuenta de mi ausencia. O lo mejor como no estoy aprovechan para hablar o escuchar música en vez de mirar la tele. A lo mejor han empleado el día en comprar cortinas. Pudiera ser que el asunto cortinas lo hayan aplazado. Suele ser fuente de conflicto en las parejas. Que si blancas, que si mejor marrones. Lo mismo han vivido en países nórdicos, donde las cortinas se estilan poco. No descarto tener suerte y no llegar muy tarde y así, aunque no asista a la cotidiana ceremonia de las 22.30, pueda llegar a cuando se den el beso de buenas noches. Que digo yo que se lo darán.

Cuando una pareja decide ir junta a comprar cortinas comienza la cuenta atrás para el día en el que ya no deseen besarse. Al menos, no tienen su desamor a la vista.