Imaginen un inmenso edificio con dos mil apartamentos de tamaño reducido pero muy ostentosos, comodísimos y preparados para hacer la vida fácil a sus inquilinos. Imaginen una zona de confort que satisface en los espacios comunes una oferta espléndida para practicar deporte, disfrutar del ocio más exclusivo y empaparse de cultura selecta. Imaginen en un mundo superpoblado unas construcciones preparadas para acoger a una amplia mayoría de personas que lo tienen todo allí dentro y no necesitan pisar la calle. Un escritor genialmente visionario como J.G. Ballard lo imaginó hace varias décadas para la novela «Rascacielos» reclutando para su causa de ficción un gran elenco de jóvenes bien pagados (de sí mismos también) con ganas de arrojarse a un gozo sin fondo de placer y vicio. Pero no pensemos en una comunidad de inquilinos bien avenidos: la lucha de clases se manifiesta en la altura de las plantas (cuanto más arriba, más poder, como la vida misma) y, poco a poco, la vida interna del rascacielos se va deteriorando hasta llegar a un punto de corrosión sin retorno. Y los errores y horrores de la Historia se repiten en una microescala pigmentada de violencia y dominación.

A esa forma de vida urbanita con hechuras de panal de abejas -sin los daños apocalípticos que sacuden la novela- se le puso una etiqueta hace un par de años gracias a un artículo en The New Yorker: coliving. En urbes gigantescas y superpobladas como Chicago, Miami, Nueva York, Londres o San Francisco en las que comprar o alquilar un metro cuadrado de vivienda cuesta un ojo de la cara y parte del otro se está extendiendo el negocio de ofrecer a la gente una estancia más bien escuálida (quince metros ya es un derroche) pero con la posibilidad de compartir salones o cocinas más otras zonas de cierto lujo y de trabajo. Japón, China y Corea del Sur también abrazan esta modalidad de microapartamentos con macroentornos. Y en España empieza a carburar.

Los precios, desde luego, no son baratos. El precio de una habitación privada con baño en un edificio de Miami puede superar los 1.800 euros sin problemas, una ganga si comparamos lo que puede costar un apartamento "normal". Como era de esperar, Silicon Valley tiene mucho que ver en esta tendencia urbana: sufre una presión inmobiliaria brutal y los costes pueden ser prohibitivos para el talento joven que llega en oleadas. Un apartamento se puede colocar en más de 3.000 / 4.000 eurazos.

En 2016, la firma HubHaus tuvo una idea: hacerse con casas grandes de valor astronómico y dividirla para inquilinos que acepten un régimen de vivienda compartida. El subidón de vivir en mansiones con el bajón de tener que compartirlas con otras personas. Y vete tú a saber cómo puede salir la cosa. La intimidad sin barreras. Y surgen variantes más modestas con ánimo temporal: en Palo Alto una empresa creó una oferta de limpieza, cama, espacio de trabajo y conexión a internet. Mucha gente llegaba a trabajar durante bastante tiempo y necesitaba un lugar para vivir y currar. ¿Por qué no fusionar ambas necesidades? Una especie de hotel y oficina en el mismo pack.

La idea recuerda a los pisos de estudiantes de siempre, pero con la variante del nomadismo digital que es el plan nuestro de cada día. Esto es, profesionales que trabajan sin oficina y quieren relacionarse con gente afín. El coliving es, así, una derivación del coworking, o espacios de trabajo compartidos. La tecnología permite trabajar desde casi cualquier parte, pero empuja al aislamiento social. Así, se controla.

Se espera que dentro de diez años haya más de 1.200 millones de personas más en el mundo. El 70 por ciento de ellas habitarán en las ciudades. Parece razonable que, como ocurre ya en sectores como el transporte, muchos urbanícolas se animen a compartir servicios del hogar y espacios de ocio y negocio. Esperemos que sin los cascotes apocalípticos del rascacielos de Ballard.