Con esto de la investidura se ha puesto de moda, a cuento de las negociaciones a toda prisa, lo de a contra reloj.

Contrarreloj se escribe preferentemente en una sola palabra cuando es sustantivo o adjetivo (prueba contrarreloj), mientras que si es adverbial o para indicar premura se considera mejor escribirlo en dos palabras (nadar contra reloj).

La expresión se pone de moda ahora que los relojes están un poco en cuestión. Todo el mundo mira la hora en el móvil. Me preocupa la industria de los relojes, aunque veo a mucha gente que los lleva, no ha perdido valor como adorno, ornamento o complemento. Ya saben: incluso un reloj parado da la hora bien dos veces al día.

«Aquel tipo tenía un tic, pero le faltaba un tac: por eso no era un reloj», dijo Gómez de la Serna, que no miraba el reloj a la hora de hacer greguerías. Y así se le iba el tiempo y le salían como churros. Pero como churros apetitosos. Como para consumirlos sin moderación y con delectación. Otra: «Ver pasar el tiempo en un reloj de arena es como beber una copa de desierto».

Pero para frases sobre relojes, la de Cortázar, que aún siendo de él suena a Borges: «No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj».

Decimos trabajo de relojero con gran admiración. En efecto. Es algo como de otra época, no de esta tan apresurada, tan multitarea y multipantalla, tan preñada de estímulos. Es un trabajo minucioso, lento, laborioso. Paciencia combinada con eficacia y tesón. Todo lo contrario del triunfo rápido. Cuando un relojero es verdaderamente bueno se olvida del reloj a la hora de trabajar. Menos del que está reparando, claro.

A veces, o casi siempre, la hora es la misma pero no se mira ni percibe de la misma manera. El minuto 90 puede ser el del alivio o el del infierno, la derrota o victoria en el fútbol. «Árbitro, la hora», grita la grada cuando el trencillas racanea y no pita el final y el equipo local va ganando pero se ve apurado.

Si el partido se va al minuto 95 la cosa se puede poner agraz, o sea, desagradable. Aunque agraz también significa sin madurar, que es como parece que están los que se acuerdan de la madre del árbitro.

Otra cosa es el reloj biológico, que no lo llevas en la muñeca pero nunca te lo quitas y, lo que es peor, no lo puedes parar o retrasar. A veces se adelanta, o sea, tienes que ir al baño muy temprano. O se adelanta en general y te miras al espejo con 47 años y te da por pensar que tienes pinta de tener 48. Una vez, tras un tropezón andando ligero, dijo Manuel Alcántara (un libro acaba de reunir los poemas ganadores del premio que lleva su nombre) «he comprendido que hay cosas que puedes hacer con 89 pero no ya con noventa». No había que mirar el reloj cuando se hablaba con él.

Me han regalado un reloj y no sabía cómo decirlo pero como es una noticia puntual quería compartirla. Sin retraso. Un poco en la hora final, o sea, en el momento de marchar de vacaciones, al final, en el último minuto de la columna, cuando tal vez usted ya está mirando la hora, apurando el café, o leyendo esto en la cama, odiando al despertador.

El despertador es el primo odioso del reloj. El pariente enterao y gritón. Lo voy a encerrar una temporada. Para lucir a su primo recién llegado, de muñeca y reluciente, a que dé la hora por playas del norte y el sur. Para que indique sin retraso la hora de la reserva en el restaurante y suene alarmado si la siesta sobrepasa las dos horas y cuarto. Está uno a un cuarto de hora de desconectar. El corrector pone desconcertar. Me corrige puntualmente.