El trinomio pasado, presente y futuro que tanto ocupa y ocupará a los psicólogos clínicos, ha pasado a convertirse en una especie de uniforme ad hoc para el sapiens de a pie; en un algo cotidiano de quitapón voluntariosamente adaptado y diseñado por cada individuo, para sí y para cada momento. No obstante, con cada movimiento del segundero, el pasado crece y el futuro decrece. O sea, con cada respiración más memoria, con cada respiración menos futuro. Ley de vida.

Con el debido permiso del doctor Alzheimer, hasta que el reloj se para, indefectiblemente, nuestra memoria crece a razón de sesenta segundos por minuto y nuestro futuro decrece a razón de sesenta minutos por hora. Y entre lo uno y lo otro, un latido, el presente, que durante toda la existencia es el solo espacio de tiempo de que disponemos para actuar con verdaderas posibilidades de intervenir sobre nuestra realidad en todas sus manifestaciones. En definitiva, mientras vamos siendo, cada individuo somos lo que nos ha ocurrido y, a la par, lo que vamos eligiendo ser. Wyne Dyer, el ya desaparecido discípulo directo de Abraham Maslow, lo expresó aún más claramente: en la vida todo o es una oportunidad para crecer o es un obstáculo para ello. Y la decisión de lo uno o lo otro reside en nosotros.

Desde el punto de vista individual de la persona, el sistema está compuesto por individuos atados a una memoria generalmente selectiva y sesgada que, con cada pulsación, crece. Desde el punto de vista grupal, porque unirnos en manadas es parte consustancial de algunos animales, sapiens incluidos, la sociedad, el sistema, está lleno de universos unidos por intereses comunes atados y/o adocenados por una memoria selectiva y sesgada que con cada segundo de reloj crece. A más memoria, o, lo que es lo mismo, a más pasado, más sesgo. Peligroso, cuando menos.

En el sentido individual de la cuestión hay de todo, desde buenas y malas personas que decidimos ocultar lo que no nos gusta de nuestros automatismos adquiridos, en lugar de trabajar por el cambio, hasta frangollones, aprovechados, papanatas, desmazalados, estólidos, vendehúmos, iluminados, manipuladores... que defienden que razón solo hay y habrá una, la particular e irrepetible que los asiste a cada uno de ellos.

En el sentido grupal, es decir, cuando los sapiens nos unimos en peñas, pandillas, manadas, foros, asociaciones, federaciones, clubes, partidos..., con un interés común, ídem de lo mismo: los niños frangollones y las niñas frangollonas se unen para actuar tal cual son, los estólidos y las estólidas, igual.... Y así todas las infinitas posibilidades existentes, con la particularidad de que en el caso de las agrupaciones, además de las naturales, se da la categoría de los grupos mixtos, que son grupos de individuos voluntariosos en los que todo cabe. Es decir, descerebrados, genios, meapilas, ateos, payos, gitanos, civiles, religiosos, militares, internos, externos, mediopensionistas, sílfides, dríades, náyades, adefesios, narcisistas, cantamañanas, bobos... unidos por cualquier protagonismo y/o interés que pase por allí, por su vida, puntualmente en ese momento.

Cuando los individuos perseguimos un proyecto con intención de eternidad es lícito y loable que hagamos uso de nuestra memoria y de la memoria heredada para trazar la línea de su horizonte más allá de nuestra vista, para que, cuando entreguemos el relevo, el siguiente relevista, apoyado en nuestra memoria impulse el proyecto hacia su futuro, y así sucesivamente. El cúmulo de memorias sucesivas ordenadas y compasadas sincrónicamente, salvo catástrofes naturales y/o guerras, siempre garantiza la bondad continuista de cualquier proyecto. Cualquier otra fórmula, no.

Llegado a este punto, por dar pistas, significo que el ejercicio juntaletras de hoy me viene inspirado, en un sentido, por una persona muy sorda de sí misma que vive en mis adentros y, en otro sentido, por la interesante tertulia turística llevada a cabo en el Mesón Taberna Cantarranas, recogida por esta cabecera el pasado domingo 21 de julio, por la que me quedó meridianamente claro que el cóctel de las memorias turísticas de los dignísimos tertulianos coincidió con el shaken, not stirred, que prefería Míster Bond, que, en ningún caso, es la mejor manera de mezclar las memorias turísticas para fabricar un cóctel.

George Eliot (Mary Anne Evans) defendía que «nunca es tarde para ser lo que deberíamos haber sido», y, aunque me fastidia profundamente reconocerlo, en el caso del Turismo ese pensamiento es una gigantesca engañifa.