En Gran Hermano todo sucede en vivo, en directo y a la vista, incluso lo que venía siendo más o menos íntimo. Pero en cualquier «reality show» (género que hoy manda) ocurre igual: la gente se ama, se odia, se declara, se reencuentra, se insulta o se reconcilia a la vista de todos, vía pantallas. Bien, pero eso no afecta ya sólo al mundo del artisteo y el famoseo: en general, la gente que vive en red comparte esa vida en red, en palabras e imagen, incluso, claro, lo que haya de invento en ella. Aquel «gran hermano» de Orwell hoy tiene millones de ojos (tantos como personas en red, por dos). El síndrome llega a todas partes, incluido el Congreso, donde por primera vez, que recuerde, se ha traficado a voz en grito con las negociaciones para formar gobierno, que era el sancta sanctorum de la intimidad política. Es puro cotilleo en el plató del hemiciclo, pero se dirá que es transparencia.