Sus señorías, cada vez más las suyas y menos las nuestras, miran el móvil. Manuel Alcántara habría disparado a Sánchez con una bala de dry Martini en su discurso de investidura por algo que el maestro malagueño consideraba a todas luces imperdonable: por aburrir. Su soporífera comparecencia se sustanció en dos horas de elusión catalana y desilusión generalizada sin entusiasmo alguno. A pesar de ello, su bancada se rompió las falanges aplaudiendo. Hace tiempo que con este tipo de desafueros escénicos tan alejados de la evidencia que acontece, desafueros que se dan a un lado y otro del abanico partidista, el congreso parece una galaxia muy muy lejana€

Casado le ganó la mano a Casado y estuvo mejor que sí mismo, más ordenado y centrado, empezando a alimentar la duda en la humanidad desquiciada de si por dentro Casado es quien se presentó a las elecciones de abril o el que habló esta semana en la primera jornada fallida de la sesión de investidura. Porque ser los dos y tener principios a gusto del consumidor sólo lo consiguió Groucho, de nombre real Julius Henry Marx, y, al menos de cuerpo presente, ya está enterrado en el cementerio Eden Memorial Park de Los Ángeles -donde no es verdad que en su nicho ponga «perdonen que no me levante» sino sólo: Groucho Marx 1899-1977-.

Rivera sigue mal. Tuvo chispazos del joven valiente que se batía el cobre ante el temible Sauron del independentismo catalán, manteniendo el equilibrio democrático y la determinación constitucional al filo de las grietas del destino. Pero le desquicia su obsesión en ser lo que aún ni ha llegado a ser ni parece, el candidato más probable al trono de hierro; un trono que, con menos espadas que las que se creían necesarias, sigue ocupando Sánchez. El riesgo es que esa obsesión urgente por el poder le apoque como la obsesión por el anillo, mi tesoro, apocó a aquel pobre hobbit de Tolkien hasta convertirlo en Gollum. Habrá que darle tiempo y ver si aún está a tiempo de recuperarse y resurgir del sísmico tremolar en que anda ahora el suelo que le sostiene en su partido.

Iglesias sí le ganó la mano a Sánchez. Le buscó la boca hasta dejársela lista para llevar brackets. Si todo es mentira como dice la canción de Aute («Todo es mentira menos tú y si lo fueras, te lo suplico, miénteme, bésame y dime: todo es mentira menos tú...»), Iglesias es el que miente mejor o mejor sabe parecer sí mismo, sin tampoco serlo más que lo que exige en cada momento estratégico su guión.

Luego, claro, hablaron los demás. Y, entre ellos, Rufián, con una lentitud exasperante, como si, más que tontos, quienes asistíamos al debate fuéramos duros de oído. Y soltó por esa boca algún capítulo parecido a los cuentos de Arcadia que Guillermo del Toro ha convertido en serie de dibujos animados para chavales, con la ficción histórica e histérica de aglutinar a Esquerra, PNV e incluso Bildu, sin recordar que son izquierdas y derechas muy distintas, como marcas puras de los «países» que esperaban el abrazo del español e histórico PSOE.

El ya más vivo Sánchez de las réplicas pareció creer que es la ultraderecha de Vox, a cuyo Abascal -que pierde mucho sin caballo- ni siquiera contestó, la que le interesa tener cerca de su escaño, la que le hace parecer Carlomagno ante los bárbaros, el definitivo impulso que le falta para ser hoy votado como César, pero se equivoca. Es Rufián el más Bruto.