Decía Andrés Trapiello no hace mucho que cuando vives con alguien a quien quieres y al cabo de 50 años te preguntan si ha cambiado mucho pues dices que sí, pero no te has dado cuenta porque en las historias de amor las cosas cambian para los demás pero no para ti. Trapiello, además de un gran escritor, es alguien que ha tenido la valentía de cambiar, evolucionar lo llaman algunos, él recordaba a Nietzsche, mejoramos cuando olvidamos, pero aquí no, aquí seguimos en el guerracivilismo acostumbrado. Sostiene que la izquierda perdió la guerra pero ganó la propaganda y así convencieron a muchos pues los grandes intelectuales estaban en su bando. Hoy a Savater, por ejemplo, los ortodoxos ya lo han expulsado de la corrección. Los más reaccionarios en este momento, dice Trapiello, que viene de la extrema izquierda, PCE (i), y que tiraba piedras contra Franco, son de izquierdas porque están convencidos de su labor mesiánica y no reparan en las malas artes para conseguir sus objetivos. Y, claro, es muy difícil hacerle pensar diferente a alguien que tiene tan alto concepto de sí mismo.

Unamuno también decía, por ejemplo, que fascismo y bolchevismo son las dos caras, cóncava y convexa, de una misma enfermedad mental, y añadía que «España, mi pobre España, está loca y aterrada de sí misma». También dice el filósofo, cómo no coincidir con él, que el nacionalismo es la chifladura de unos exaltados echados a perder por indigestiones de mala historia. Lo hablábamos en el mítico bar Flor, en calle Cervantes, con un ex dirigente socialista de la provincia, guerrista antes de su muerte política, y varios abogados espíritus curiosos; allí, por cierto, glosamos los tuits de Juan Carlos Robles que por poco le llevan al averno.

Se preguntaba Rafael Alberti -al que cito lo menos posible dadas sus andanzas por las checas- e interpretaba el grupo Aguaviva qué cantan los poetas andaluces de ahora, y la verdad es que no cantan mucho más allá de a sí mismos, igual que los intelectuales de ahora, que son orgánicos, que diría Gramsci, y contribuyen decisivamente al consenso sobre la hegemonía cultural de izquierdas. Unamuno, precisamente, fue uno de los señalados por Alberti como enemigo en El Mono Azul, una revista de la Alianza de Intelectuales Antifascistas.

A la derecha, por su parte, eso de las ideas les parece un huerto que no le importa que cultiven otros, no se quieren agachar con el azadón, más allá de un puñado de abnegados en FAES. Pero la necesidad debería obligar. El catedrático de Ciencia Política Rogelio Alonso se refiere a que es el momento de recuperar la dialéctica amigo-enemigo, como defendieron Carl Schmitt y Julien Freund, que se expresaban así: «Como todos los pacifistas, cree usted que puede designar al enemigo, pero está equivocado. Cree que si no deseamos tener enemigos no los tendremos, pero es el enemigo quien le designa a usted, si él quiere que usted sea su enemigo, lo será. De nada servirán sus bellas protestas de amistad». Y es así. Por eso, Rajoy y Soraya le hicieron un gran daño no solo al PP sino a quienes tan mal representaban, dejándolos ayunos de ideas, limitándose a la gestión, y aceptando todos los papeles que le daba la izquierda a firmar, desde la memoria histórica a la ideología de género o la enseñanza bajo su batuta, descabalgando a Wert. Y ya en las redes sociales, en ese chapapote mediático, ni te cuento quién manda.

Incluso ahora, cuando Abascal aparece en escena y habla de la dictadura progre, la gente no le entiende porque no sabe qué es eso y no se acepta como insulto, igual que extrema izquierda resulta menos malsonante que ultraderecha, ya entre comunista y fascista están más equilibradas las reacciones de rechazo. Juan Cueto dio cuenta hace mucho del invento de la palabra progresía. A finales de los ochenta él, Eugenio Trías, Félix de Azúa, Gonzalo Suárez y otras figuras de la gauche divine en el Bocaccio de Barcelona parieron el término y Gonzalo fue el encargado de divulgar el palabro encontrado en los efluvios etílicos en la revista del amargado Eduardo Haro Tecglen, la querida Triunfo. León Felipe dejó dicho:

Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo,ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templospara que nunca recemoscomo el sacristán los rezos,ni como el cómico viejodigamos siempre los versos