Como una burbuja plenamente consciente de que va a explotar de un momento a otro, Málaga se atiborra de gas para, ya que es inevitable, al menos estallar a lo grande, haciendo ruido. La recién empezada Feria de Málaga va a ser una semana más larga que nunca, de 12 días si contamos prólogo (fuegos y pregón) y epílogo (cabalgata histórica), los números adecuados para un reventón épico, desde luego.

Dicen desde el Ayuntamiento que fueron los sectores turístico y hostelero los que solicitaron este calendario de fiesta tan pantagruélico, que, la verdad, así a estas alturas, me resulta un tanto obsceno. Porque a mí me recuerda más a aquella película de Marco Ferreri en la que cuatro amigos, tan hedonistas como hastiados, se encierran en una casa para suicidarse comiendo ad nauseam ('La gran comilona'), que a una fiesta popular para marcar un paréntesis, airearse de los problemas y dilemas del resto del año y, de paso, hacerse unos eurillos con quienes nos visitan.

No, de un tiempo a esta parte, Málaga peca de priapismo. Bueno, en realidad, no sólo Málaga: las últimas ediciones de las ferias de Sevilla y Jerez, por ejemplo, han sido también las más extensas de su historia. En esta locura absoluta por el ocio, que ha sanferminizado todas las fiestas del territorio, la respuesta de las autoridades ha sido la misma: leer la carta a los reyes magos de los sectores turístico y hotelero y decidir que, vamos, qué narices, por qué no. Ojalá algún día los señores de los bares y los hoteles le pidan al Consistorio alargar los días, que sean de, no sé, 36 horas en vez de 24, y así poder hacer todas las cosas a las que no tengo que renunciar porque, vaya, los relojes parecen estar en mi contra. Será que no lo pido a la gente adecuada.

Lo he escrito en alguna ocasión y me reitero: desde hace tiempo que la Feria no cumple con su función original, la de suponer una ruptura momentánea de nuestro pequeño universo cotidiano, la de ejercer de montaña, de pico, entre los valles de la cotidianidad. No, aquí se decidió hace tiempo que había que aspirar a la desestacionalización del turismo (palabra técnica y aparente para designar una estrategia que, en la práctica, tiene más que ver con Paco PIL que con cualquier otra cosa), así que el Centro Histórico es un torrente de ruido, fiesta e hiperkinesia que jamás se detiene. No hay lunes ya en la calle Granada, ni mañanas de festivo, ni días de ésos grises y aburridos.

El Ayuntamiento puede conseguir que una semana dure 12 días, porque también ha logrado que desaparezcan los puntos muertos, las horas de nada y de silencio, en favor de un sábado eterno, siempre resplandeciente, siempre brillante, quizás hasta cegarnos. Me imagino a Francisco de la Torre como DJ de una caseta de la Feria, pinchando A bailar, a bailar, de Cantores de Híspalis, y consiguiendo con pericia que el disco se quede en la frase titular, creando un loop infinito, del que es imposible escapar: A bailar, a bailar, a bailar, a bailar, a bailar, a bailar, a bailar, a bailar, a bailar...