El viernes de los Fuegos ha sido el miércoles. El empeño en buscar la coincidencia del 15 y el 19 de agosto en la que llegó a autodenominarse con ambición innecesaria «la Feria del Sur de Europa», ha provocado nuestra inmersión desde hoy en la Feria más larga. Para hosteleros y agentes económicos relacionados con el ocio como negocio lo breve si bueno no es dos veces bueno. Sólo es innecesariamente breve. Lógico.

Hubo una Feria en Málaga donde el dinero se gastaba entre nosotros, cada cual según sus posibles, y para invitar a los demás. Ocurrió así en todos los lugares de la ciudad donde se celebró a lo largo los años: desde el puerto y la Alameda que ayer se medio reabrió, a la zona de Caleta y el Limonar, luego al Parque, después al paseo de Martiricos, otra vez al Parque y, ya definitivamente se instaló para asentarse en la zona oeste de Málaga, primero lindando con el Polígono Alameda, en lo que se llamaba el Arroyo del cuarto, y luego en El Viso hasta que por fin se instala en Teatinos (desde 1998 y aún hoy con un recinto «estable» de algo más de 500.000 m2. en el lugar donde estuvo el llamado cortijo de Torres). Incluso el inicio de la llamada Feria del centro o de día, copiada con más o menos éxito en otras ferias, tenía a los comerciantes como protagonistas, engalanando sus tiendas para celebrar que se estaba en Feria e invitando al cliente a un vino e incluso a tomarse una tapita en el interior del comercio hasta la hora de bajar al real.

El éxito fue rotundo. La hostelería vio el filón. Y los comercios dejaron de hacer lo que empezaron haciendo y no pocos terminaron cerrando durante la Feria o subarrendando sus instalaciones durante esa semana a quienes las explotaron con una oferta de restauración rápida. En el casco histórico de la ciudad la Feria de Málaga fue un rotundo éxito incluso contra el propio casco histórico y los cada vez más escasos vecinos del mismo. Tan rotundo, que algunos sueñan con una Feria interminable. Esta larga edición de agosto de 2019 les hará creer a algunos que es posible.

En el recinto del Cortijo de Torres también se va abriendo paso paulatinamente la Feria sólo como negocio, no fundamentalmente ya como lugar de encuentro y celebración anual en el ocio compartido de sentirse malagueños o ciudadanos que han elegido serlo viviendo aquí durante todo el año. También las casetas de siempre se subarriendan, de manera más o menos legal y más o menos descarada, aislando las que aún quedan de peñas y asociaciones de vecinos y gremiales y tradicionales entre otras del tipo discoteca que revientan a decibelios la cohabitación con los artistas que cantan copla o flamenco en la caseta de al lado. O entre otras que huelen a frito y se suceden, como los vagones de un tren, como si nada tuviera más sentido que comer y comer y comer en paelleras y ollas gigantes y barbacoas y parrillas en las que uno se puede caer y terminar como un churrasco asado aún por bailar.

Con el pregón pasó algo similar. Aunque ha estado atinada la idea de reforzar este año el sonido y la iluminación y la presencia audiovisual de la querida Adelfa Calvo, la pregonera, en ese enorme escenario preparado para el concierto multitudinario, en la playa de la Malagueta, que tiene lugar después de los fuegos artificiales. Cuando el pregón era en el balcón del ayuntamiento, quienes allí se daban cita, además de quienes lo seguían por la radio o luego también por las televisiones locales, iban a oír el pregón. Luego, parte de ese público se diseminaba parque arriba y abajo para disfrutar de los escenarios donde se producían las distintas ofertas musicales que la noche del pregón y los fuegos ofrecía como inicio oficial de la Feria. Ahora, la mayoría de quienes se dan cita en la Malagueta van al concierto. No habría sido mejor ni más seguido el estupendo pregón de Banderas, por ejemplo, allí. Y mejor no hablar del de Manuel Alvar, Rafael Pérez Estrada, Matías Prats, Antonio Soler, etc. Pero ahora toca desearnos Feliz Feria y defender la alegría, aunque este año pueda resultar agotadora...