En los añejos libros de historia o hasta en los telediarios que no quedan tan lejos, las plazas siempre se sugieren con una fuerza especial. Con un encanto que merece ser respetado hasta cuando más de uno se permite las licencias que, bajo el salvoconducto del decreto oficial para el jolgorio dictado por el Ayuntamiento, se le supone a una feria como la de Málaga. En las plazas, desde siempre, se presume de ágora y de escenario público. Se habla, se comparte asfalto, se brinda en una terraza y, en estos días, hasta se canta y se baila con la esperanza de que los buenos conciertos amansen a las fieras (y a las ferias).

Valga la feliz redundancia, el poder de las plazas reinó en el segundo mediodía encomendado por la capital malagueña al desvarío. Por instantes, dio la sensación de que el feriante asistía a una exposición de postales de un viernes de resaca. Que el juersábado que siguió al mierviernes de los fuegos había sido duro y que -tras atravesar el desierto engañoso de algunas calles- la multitud solo se acurrucaba al socaire del signo de igual de la multiplicación de los panes y las plazas, a la que se ha intentado encomendar la feria del centro.

Puede bastar algún ejemplo. Cuando ya se iba camino del toque de queda de las seis, a las cinco y algo en los relojes, las bolsas de botellón convivían en el aparente sosiego de la calle Cisneros con sonidos que entremezclaban el alioliselallevó que emanaba del escenario de la plaza de la Constitución y con la huella que acababa de dejar en el mismo oído un solo de guitarra de Rafa Insausti en la plaza de las Flores. Y no eran, ni van a ser, las únicas plazas envueltas por ese tipo de propuestas. En la picassiana Merced, en la de San Pedro o de la mierda que adora a Rockberto, en la canalla Mitjana o en la de repente irreverente plaza del Obispo también se desplegaba la carta de actuaciones.

Ahora que la música en directo en tan emblemáticos recovecos se sugiere como un inteligente atisbo de feria más sensata, la plaza de las Flores se merece el título de epicentro de este bendito ritual al que, por fin, se le ha puesto el amplificador. El honor se lo ha ganado a pulso la misma Free Soul Band que, con los 13 años ya cumplidos allí, ha creado un sanedrín melódico que no entiende de generaciones y ni siquiera mermó con la pérdida de apoyo institucional. Porque, aunque en este agosto del 19 parezca lo contrario, aún queda reciente ese momento en el que la mítica banda forjada por los Insausti, Suzette, Javito y compañía fue expulsada del programa oficial y sus músicos tuvieron que recabar el apoyo de los bares de la zona para no mudarse con la música a otra parte. Eso, como tantas cosas, forma parte de los 20 años de una trayectoria que se acaba de reinventar con nuevas incorporaciones en roles estelares de la formación.

Como ahora ya sucede en otras cinco plazas de renombre, los instrumentos llaman a la oración a las cuatro de la tarde, en ese preciso instante del día que en otra fecha se llama sobremesa y ahora es -como casi todo- inclasificable. En la de Las Flores, a la lumbre de la Free -que así se le dice para no robarle más saliva al gin tonic- permanece intacto el abrazo borracho de soul. El desparpajo negro que tantas veces han prendido las voces de Javito y Suzette Moncrief o la guitarra de Rafa Insausti en los pocos recuerdos que el colocón del feriante no olvida.

Además, en esta entrega que oposita a feria más larga del sur de Europa y aspira a batir el record Guinness de Cartojal derramado, una interpretación tan genuina como la que de I will survive hace la Free suena en la memoria a una mezcla de eslogan publicitario de marquesina y epitafio de resaca de guardia. Sobre todo, a estas alturas, en las que Málaga ya está más loca de lo que ya estaba. Y no son pocos quienes en las esquinas de su acelerado corazón de ciudad mediterránea perjuran que alcanzarán sin tregua la meta señalada para un sábado que no es este, sino el que viene tras la siguiente semana de fiesta que está grabada a fuego en la diletante agenda agosteña.