Se pregunta más de un columnista, tras conocerse las denuncias, en parte anónimas, de algunas mujeres contra el tenor Plácido Domingo, por qué han esperado ésas tantos años para hacerlas públicas e insinúan que tal vez no lo hiciesen entonces a fin de no entorpecer sus carreras.

Incluso suponiendo que esto último fuese cierto, ello no quitaría gravedad al asunto: se trataría, de confirmarse tales acusaciones, todas ellas anónimas menos una, de un caso más de abuso por parte de quien tiene la sartén por el mango, que suele ser el varón.

Es algo que ha sucedido una y otra vez en todas partes, en todas las profesiones y a todos los niveles: lo mismo en el mundo de la economía o las finanzas que en los deportes, la ciencia, la cultura y en cualquier otra actividad humana.

Si se pusiesen a hablar todas las mujeres que en nuestro avanzado Occidente - no hablemos ya de otras culturas-, han tenido que ofrecerse en algún momento al varón para salir adelante en su profesión o, simplemente, para no ser despedidas, nunca terminarían.

Es cierto que algunas han sabido o podido resistirse, como reconoce haber hecho en situaciones «delicadas» la famosa violinista Anne-Sophie Mutter, pero en la relación de tremenda desigualdad entre los sexos que ha sido la característica - y sigue siéndolo aún- de nuestras sociedades- tal vez sea demasiado heroicidades.

Tampoco podemos negar el hecho de que ha habido mujeres que han aceptado voluntariamente los avances sexuales de un varón, atraídas acaso por su fama, su fortuna o por eso que algunos llaman la 'erótica del poder'. Ha ocurrido y seguirá ocurriendo, pero no invalida al resto.

Plácido Domingo ha reaccionado al escándalo explicando que «las reglas y los valores por los que hoy nos medimos y deberíamos medirnos son distintos de lo que eran en el pasado».

Y no le falta razón: basta, como nos recordaba el otro día en un artículo el jurista Javier Pérez Royo, con repasar todo lo que se dijo en su día de la becaria de la Casa Blanca Monica Lewinsky.

Los medios estadounidenses la arrastraron por el barro después de que se revelara la felación a la que, aprovechando su relación de poder, la obligó el presidente Bill Clinton. Los tiempos por fortuna han cambiado, pero ello no exime de responsabilidad por lo supuestamente ocurrido.

Conozco y valoro altamente a nuestro gran tenor, a quien he tenido la suerte de escuchar y entrevistar para EFE a lo largo de los años en lugares tan distantes como Washington, Los Ángeles o Viena. Siempre he apreciado su rechazo de todo divismo y su enorme gentileza con la prensa.

Sería triste que quien ha sido y sigue siendo un auténtico mito de la escena operística mundial pudiera caer de su pedestal por unas denuncias en su mayoría anónimas e inconcretas.

Pero de confirmarse, habría que aceptarlo con el añadido de que «quién esté libre de pecado, arroje la primera piedra» Y sobre todo habría que felicitarse de que la sociedad sea cada vez menos permisiva con ciertos comportamientos.