Libia, la antigua colonia italiana tan rica en petróleo que hasta 2011 era la quinta potencia de África, se ha convertido en la parte fina del embudo por el que desagua gran parte de la inmigración ilegal del continente negro. Eritrea, Congo, Nigeria, Chad, Somalia, etc, aprovechan el desgobierno libio, amamantado en su día por la ONU al facilitar el derrocamiento de Gadafi, para verter al mar los excedentes humanos como si de plásticos se tratase. Libia es, por tanto, el punto limpio mafioso del más brutal y descarnado drama de Oriente.

A cuenta de esta situación cayó el otro día en mis pupilas el premiado artículo de Pérez-Reverte titulado Los godos del emperador Valente (XL Semanal, 23 de enero de 2017). El escritor cartagenero nos advirtió en dicha columna, como ya hiciese 15 años antes que él la inolvidable Oriana Fallaci con La rabia y el orgullo (La esfera de los libros, 2002), del riesgo de caer en el buenismo bobalicón, pues, desde que el mundo es mundo, se repite de forma invariable la misma historia: todo imperio cae. En este caso, le toca a Europa.

Hay quien ve a la ONG Proactiva Open Arms como un caballo de Troya al servicio de Soros y compañía para inundar el viejo continente, poquito a poco, de aguerridos musulmanes de ébano a los que subvencionar y engordar para que en dos generaciones se vengan arriba y nos pasen a todos los infieles a cuchillo. La duda, existir, existe. Lo que sí es cierto es que esta ONG usa y abusa del desconcierto migratorio europeo para sacar tajada. A río revuelto, ya saben. Así que Europa se basta y se sobra solita para autodestruirse por omisión dolosa. Tengan en cuenta que sólo en el mes de julio llegaron más de 2.900 inmigrantes ilegales a las costas del muy generoso y andaluz Campo de Gibraltar, lo que, en comparación con la cacareada labor del Open Arms, es una cañería desaforada frente a un goteo intermitente. Pero de ese drama ya nadie habla. No vende.

Proactiva Open Arms se nutre en un 95% de aportaciones privadas, como la de Pep Guardiola, por nombrar alguna, y dispone de un altavoz mediático que ya quisieran otros. Ahí tenemos por, ejemplo, al atunero Alta Mari. O al buque Ocean Viking (Médicos sin fronteras) vagando por aguas internacionales con 350 almas en su interior, buscando cualquier puerto seguro, y dedicados a lo suyo, sin estar todo el santo día dando el coñazo. Ahora sí. Ahora no. Lampedusa sí. Túnez no. Algeciras tampoco. Que si esto está lejos. Que si aquello no me conviene. Que se me amotina el pasaje. Que, uy, qué vergüenza me dais todos.

Ahora resulta que 130 personas que huyen de años de tortura, del horror de la guerra, del hambre más dolorosa, padecen violentos ataques de ansiedad por pasar dos semanas atendidos en un barco presumiblemente humanitario. Y mientras tanto -Richard Gere va, Javier Bardem viene- el sábado atracó sin problema en tierras italianas un barco anónimo con 57 inmigrantes a bordo. A lo mejor es que sus negros son menos negros, o puede que sus náufragos sean menos náufragos, o no cuenten con un afamado y millonario mamporrero que haga el ridículo a nivel global al intentar sacudir nuestras conciencias entre ostra y ostra, pero pone de manifiesto un hecho incontrovertible: haciendo bien las cosas, centrándote en tu labor filantrópica, encuentras puerto seguro.

Si yo intento escalar en chanclas la cara norte del Naranjo de Bulnes sin los permisos pertinentes, sin aseguradora que me ampare, sin las mínimas medidas de seguridad y sin ponerlo en conocimiento de las autoridades de la zona, a buen seguro va a tener que venir a por mí un especializado equipo de montaña. Y tendré que pagar los gastos generados por mi propio rescate, amén de haber puesto en riesgo la vida de mis salvadores. Por eso, lo que hace Open Arms, y todos los que lo sujetan, es una temeridad. Salir a tiro hecho, respondiendo a la llamada de las mafias, para recorrer de vuelta cientos de millas náuticas con autoimpuesto rumbo a Europa, sí o sí, es una imprudencia que contraviene el sentido común y la regla de oro de todo rescatador, asegurar primero su propia supervivencia. Pero el Open Arms opera impunemente y transporta una y otra vez cientos de inmigrantes indocumentados con acreditadas enfermedades infecciosas, llevando al límite a unas criaturas, según los inspectores médicos de la Asociación Emergency, hacinadas en un ambiente insalubre y en pésimas condiciones higiénico sanitarias, ya que, verbigracia, defecan en la misma cubierta donde comen. Y cuando ningún gobierno que les conviene atiende sus exigencias, al contrario que ocurre con las decenas de embarcaciones que pacíficamente desarrollan su misma labor, invocan razones de urgencia y movilizan vía redes sociales al progresismo rancio que retwittea desde el chiringuito su angustioso pesar por esta Europa desalmada. De ahí, a que el gobierno en funciones derrote 180 grados, sólo hay un golpe de clic.

Reconocía Carmen Calvo que el Open Arms pudo atracar en Malta, y no quiso. Incluso le han ofrecido todo tipo de ayuda y, pásmense, la han rechazado mostrando un obstinado e incomprensible empeño por permanecer a la deriva hasta arribar a Italia. Abanderados de la humanidad, los definió sarcásticamente el ministro Ábalos. Luego llegaron los bandazos (golpes de timón los llamo yo), se la tragaron doblada por escupir contra el viento y les ofertaron el puerto de Algeciras, pero se negaron. Más tarde, cualquier enclave de la península, y más de lo mismo. Por último, y batiendo récords absolutos de enseñar el culo por agacharse en exceso, el gobierno ofrece algún atraque balear. Pues parece que tampoco. O sí, si le aseguran el éxito de la travesía. Ya veremos.

Mientras tanto, el popular juez de menores de Granada, Emilio Calatayud, dice algo que pocos quieren aceptar. Que el subvencionado sistema de absorción y financiación de MENAS está materialmente desbordado y hace tiempo que no dan para más. Mientras tanto, se calcula que unos 800.000 desplazados aguardan su turno en las costas libias para zarpar, previo pago, en busca de un futuro mejor. Mientras tanto, algún titiritero con ínfulas mesiánicas escribe un hashtag tan pandémico en la forma como inocuo en el contenido (#MeTooSoyNaufrago). Mientras tanto, centenares de espíritus que nunca escucharon a Serrat, habitan el fondo del Mediterráneo porque en el último aliento suplicaron en sus múltiples lenguas: Empujad al mar mi barca con un levante otoñal y dejad que el temporal desguace sus alas blancas. Y a mí enterradme sin duelo, entre la playa y el cielo.

Un barco encabezonado en mantenerse a la deriva corre el riesgo de naufragar. Puede que sí, Puede que no. En cambio, un gobernante como Pedro Sánchez, cuya brújula política confunde babor con estribor, cuenta con la certeza de hundirnos a todos. Eso, como la mayoría de puertos entre Libia y España, también es seguro.