Escribo estas líneas desde el ordenador de Oscar Bermejo, acogido a la hospitalidad de su preciosa casa racionalista de la playa de Las Canteras, mientras sobre nuestras cabezas suenan los motores de los aviones amarillos contra el fuego, que una y otra vez, cruzan el cielo desde la playa de Las Alcaravaneras, donde cargan agua del mar, hasta las cumbres ardientes de la isla redonda. Hay un zumbido constante, como de guerra, como el de los moscardones que a veces rondan a los muertos. En la playa, la gente mira incansablemente hacia arriba, graban el paso de los aviones para enviarlo a sus familiares, amigos, compatriotas y paisanos, que siguen con angustia las noticias del peor incendio que yo haya visto jamás, producido por alguien y de forma, que aún se desconocen, pero dándose todas las circunstancias para la tormenta perfecta y que está devastando la belleza milenaria del Parque Natural de Tamadaba. Pero también de Fontanales, las Lagunetas, San Mateo, Moya, donde frutales, cultivos, animales y jardines se consumen penosa y tristemente. Y el inabarcable volcán de Tejeda, producido por un cataclismo solo comparable al hundimiento de la Atlántida en las hondas entrañas del océano, se ha convertido en una gigantesca caldera. Toda esa belleza telúrica, de altísimos riscos y verdes profundos, de paisajes sobrecogedores, de imposible medida, de vértigos incontrolables, está siendo destruida por el fuego. Si a los que, temerosos y agobiados, contemplando desde la playa las altísimas columnas de humo y las llamas de cincuenta metros de altura, nos sobrecoge el espectáculo, qué pueden sentir las más de nueve mil personas evacuadas de una zona, que abarca más de seis mil hectáreas. Dejando atrás bienes, hogares, enseres, todos sus recuerdos, las viejas fotos, los pequeños objetos, llenos de simbología solo para ellos, toda la historia de sus vidas y las de sus antepasados, que allí han vivido por generaciones ¿Qué puede decirse, o escribirse ante algo así? ¿Qué es esto? Todas las convicciones se vienen abajo, toda la literatura, todos los sueños, todo desaparece ante el avance imparable, incontrolable, devastador, de lenguas de fuego de dragones milenarios, que reclaman lo que era suyo, el poder arrebatador del horror de la naturaleza desbordada, el abismo del terror ante el espectáculo inconmensurable del viento, barriendo chispas y pavesas ardientes, que provocan nuevos focos de lo que ya es un infierno en medio del mar. Y junto a las víctimas, ¿alguien piensa en todos los que llevan a cabo las terribles labores de intentar apagar el fuego, muchas veces sin medios, como los voluntarios a los que los alcaldes de Tejeda y San Mateo les negaron gasolina, por miedo a los interventores municipales, que desde que el puritanismo hipócrita se impuso en los ayuntamientos, son los amos del cortijo en las pequeñas cosas, mientras los Pujol siguen acumulando millones fuera de España? ¿Nadie ha pensado en que esos millones robados para la patria catalana producen intereses cada minuto que están en las cuentas de Andorra, o Suiza? ¿Alguien piensa en los muchachos de la UME? ¿O solo son repugnantes militares? ¿Alguien piensa en los bomberos? Todos ellos jugándose la vida. Como los pilotos de los aviones, a temperaturas altísimas, sin aire acondicionado en las cabinas, sorteando barcos en el muelle, cargando a toda velocidad y elevándose por enésima vez para pasar rozando los edificios del istmo de la Isleta, para volver a Tamadaba?

Hace treinta años que vine a Canarias por vez primera. Siguiendo al amor y en busca de la libertad, que en otros lugares, más cercanos a mi corazón, me era negada. Y me enamoré de esta tierra, de estas islas, de esta forma de ser y de vivir. Aquí he pasado mis últimos treinta agostos. Y varias Navidades. Y alguna Semana Santa. Nunca he sido un godo. Ni nadie me ha considerado como tal. Para los que no conozcan el significado del término godo, en Canarias llaman así al peninsular prepotente y supremacista, que antaño llegaba al Archipiélago con aires de suficiencia e infinito desprecio y que tanto daño ha hecho -y sigue haciendo en algunos casos- aquí y en otras zonas de España. En cierta ocasión, un amigo vasco, al saber que pasaba aquí todos los veranos, me preguntó. «¿Y coméis?»La ignorancia es el peor de los males. No hay peor alienación que el no tener conciencia de la propia alienación.

Conozco Gran Canaria, mejor que muchos canariones. Y mí amada Fuerteventura, mejor que algunos majoreros. Y hasta la Graciosa, cuyas mujeres cruzaban el 'Río' y subían trepando por los acantilados de Famara, con los cestos de pescado colgados de sus espaldas, para venderlo en Lanzarote. El pueblo canario es duro, sufrido, callado. Es un mito lo de la dulzura. ¿Cómo va a ser dulce un pueblo que ha soportado orgullosamente, las más duras y miserables condiciones de vida y que era el destino del destierro de personas grandiosas como Unamuno, cuando coger una gripe en Fuerteventura, o Lanzarote suponía la muerte? Conozco todo el Archipiélago, excepto El Hierro, que pronto caerá. Quiero decir con esto que escribo desde el conocimiento y el amor. Amor no quita conocimiento. Y por tanto, me creo autorizado moral y éticamente para hablar de lo que estoy hablando sin miedo, sin prejuicios, sin cortapisas, como hablo de Málaga, mi tierra.

En las Islas, como en toda España, se han hecho muchas cosas mal. Muy mal. El desarrollismo salvaje y descontrolado como el fuego de ahora, el todo vale con tal de enriquecerse, la destrucción sistemática del patrimonio y del pasado, la posterior creación de esta cuádruple administración pública, que, como estamos viendo, lo único que crea son puestos de trabajo para inútiles y descoordinación total ante una situación desesperada. La emergencia de una clase social que se guía por las muestras de ostentación, junto al componente nacionalista, que la mayoría de las veces oculta, bajo un pretendido velo ideológico, una feroz ambición, las desconfianzas mutuas entre canarios y peninsulares, la lejanía y la distancia, agravadas por los infames precios de un vuelo para un peninsular -y hasta hace poco, hasta para los canarios- la práctica inexistencia de relaciones culturales profundas entre la península y las islas, unido a muchas causas más, que no puedo recoger aquí y ahora, han hecho que hasta hace poco, este fuera un destino turístico de bodas, como Santo Domingo, o Cancún. Miren, parafraseando al otro, no puede entenderse España, sin conocer Canarias, como tampoco puede entenderse Canarias, sin conocer la historia de España en su conjunto. Si quieren comprobarlo, vayan a dar un paseo una noche a Vegueta, esa joya arquitectónica desconocida para la inmensa mayoría de los peninsulares -La Laguna es más conocida en la península, porque la incluyen en los paquetes turísticos- y comprobarán que sería imposible su existencia sin Sevilla, o Antequera, o Córdoba. Vayan a ver el pasaje de Juan de la Algaba. La belleza de Vegueta es de tal magnitud, que arquitectos cultísimos peninsulares la han confundido con Lima, cuando les mandaba fotografías de ella. Y en sus calles perpendiculares y paralelas y en la plaza de Santa Ana, está presente la Ordenanza de Felipe II de 1573, como en Nueva España o el Perú, que hacían que el Real de Las Palmas fuera una ciudad moderna y saludable, comparada con Londres, o París.

Vuelvo al fuego.¿ Piensa alguien en lo que esta insoportable corrección política, impuesta como un ucase del zar, ha podido influir en la propagación del fuego? La corrección política imperante tiene un poder de tal magnitud, que una figura como Plácido Domingo, que sólo ha sido lo que hasta hace poco todos llamábamos un ligón, está a punto de ser arrastrada por el fango de la historia, gracias a la hipocresía luterana y calvinista de la extrema derecha norteamericana, que da valor a unas denuncias anónimas de hace veintiún años, por el simple hecho de que son mujeres, quienes las llevan a cabo, sin pruebas ningunas. Extrema derecha que confluye y coincide con la ignorante extrema izquierda española, o estatal, para que nadie se moleste, y el nazifeminismo rampante. Pregúntenle a la señora Calvo.

Pues igual ocurre con los ecologistas y los verdes, o al menos con muchos de ellos, que solo son una pandilla de ignorantes. A ver, ¿por qué no se puede recoger la pinocha, como siempre se ha hecho?¿ Por qué los rebaños no pueden estar sueltos? ¿Por qué no se hacen cortafuegos? ¿Por qué no se pueden limpiar los caminos forestales, o por qué no se puede limpiar el bosque?¿ Por qué se permiten acampadas y marchas y asaderos en cualquier parte. Con tal que el pueblo soberano sea feliz, ¿panem et circenses?¿ Por qué permitimos que las cuatro administraciones utilicen un doble rasero de medir, según la norma sea para ellas, o para los administrados? ¿Por qué un administrador de una empresa privada se ve conminado siempre por la espada de Damocles de la Ley sobre su cabeza y los políticos a los que elegimos y les pagamos y les entregamos el uso de la fuerza y la administración del dinero público -que sí tiene dueño, nosotros- y la potestad de promulgar leyes, que nos obligan a todos y de dictar justicia, por qué insisto, los políticos, que son nuestros administradores, no son examinados a fondo, para que rindan cuenta de su gestión? Y estoy hablando en este caso de toda España, no solo de Canarias. Porque el Código Penal es común a toda España y la bondad e inanidad de las penas imponibles a determinados delitos, son irrisorias. El señor que por pura negligencia ocasionó el primer fuego en Telde con el uso inadecuado de una radial ha sido dejado en libertad con una fianza de veinticinco mil euros, con los que no hay ni para pagar el gasoil de los aviones cortafuegos. Por cierto, ¿ cómo es posible que los aviones tengan que venir de la península? ¿Qué clase de autonomías hemos creado, que tienen parlamentos y gobiernos regionales y no tienen medios para apagar fuegos recurrentes todos los veranos?

Peninsulares, venid a Canarias y conocedla a fondo. Canarios, vayan a la península y empápense de ella. Ambas constituyen la casa común a la que llamamos España. Nadie es extraño en su casa. Y es la casa de todos. Somos un solo pueblo, una sola comunidad de vida, un solo sentir. Yo seguiré viniendo todos los años. Esta es también mi casa. Y el hecho de que el pino canario tenga un corazón auto regenerador, e indestructible por el fuego, me otorga la esperanza de que, con suerte, vuelva a caminar por Tejeda y Tamadaba renacidas.