Cuando éramos chavales en mi barrio... (bueno, antes que nada dona sangre, los hospitales malagueños están escasos de reservas, dona vida; si lo piensas, nada te hará sentirte más poderoso que saber que la sangre que has donado, y que regenerarás apenas con un vaso de zumo y una manzana, le permitirá seguir aquí a un niño o a una madre o a un hermano la feria que viene) Cuando éramos chavales, decía, alardeábamos a ver quién era el que la tenía más larga en aquellas micciones compartidas -«picha española no mea sola» decía siempre alguno-. Eran las primeras bromas entre chicos de cierto empoderamiento de género (las chicas también tenían las suyas), en esa época iniciática de cambios hormonales que tanto condicionan el carácter y la búsqueda tribal de un roll en la pandilla según el carácter y el tamaño de cada uno (el tamaño físico y moral, no el genital) Digo esto porque en las siempre divertidas y sin embargo interesantes «Pildoritas de Feria» del periódico, ayer podíamos ver cómo un espécimen ya curaíto de edad, ni mucho menos un preadolescente, se mostraba en todo su dudoso esplendor, en su absoluta desnudez adobada de sudor etílico, desde un balcón de uno de los discutidos apartamentos turísticos en el centro de Málaga. Para este señor la Feria es la posibilidad de imponerse sin complejos con toda su obvia imperfección a los demás, un torcido empoderamiento que quedó convenientemente grabado para ser lanzado por las redes sociales como alimento y seña y signo de los tiempos.

Quien esto firma, sin embargo, salió este martes de Feria a darse una vuelta por el casco histórico de la ciudad para bichear el asunto este año y he de confesar que, al menos a las 14.30 h, la caminata fue una delicia. A esa hora, y un día laborable de los diez días de Feria de este año, daba gusto pasear, no hacía un día duro de calor y la ciudad aún no había sido tomada por quienes se mean bajo las ventanas del vecindario con los amigotes (como cuando algunos teníamos trece años y lo hacíamos en el barrio en otro contexto histórico y sociocultural ya superado, o casi o no) e insultan a la señora que les reprende desde el segundo por hacerlo. La idea del Ayuntamiento de sembrar de pequeños o medianos escenarios nuevos los ensanches de algunas calles escogidas y plazas como la de Uncibay ha ayudado a que esos huecos con música en directo, aunque no siempre la más adecuada, no los rellene a medida que pasa la tarde el enjambre alpistelado que termina bailando su pringoso bamboleo contra la espalda y el pecho de quienes sólo querían seguir paseando alegres su ciudad en Feria. Una Feria malagueña y andaluza que sólo seguirá siéndolo, malagueña, andaluza y feria, si se puede ir a disfrutarla en familia sin que alguien le salpique a tu niño lo que ya le rebosaba por dentro o se bambolee peligrosamente sobre el carrito del bebé a pleno día y en mitad de calle Granada.

Pero fue al traspasar la mejor organizada este año y más espaciosa plaza de la Constitución y embocar la calle Larios, cuando vi la luz de nuevo de todo este puzle de ciudad enferiada que celebramos, y al que nos enfrentamos, cada año. Ralenticé mi paso al ver cómo el gentío se arremolinaba y desenfundaba los móviles con la cámara cargada ante lo que creí con tristeza una reyerta. Una pandilla de jóvenes rubios y altos, cada uno con una botella de plástico de tres cuartos de litro de vino en la mano, cuidadín, me puso aún más alerta. Me acerqué prudente y comprobé cómo en el centro del remolino humano dos parejas de mujeres, unas mayores y otras jóvenes, bailaban y cantaban por sevillanas con una flor en el pelo Málaga, Málaga, ole y ole tú y la gente que ha nacío bajo tu cielo andalú... Ese acto tan sencillo provocó la atención de tantas criaturas embelesadas ante el lógico acontecimiento.

Y la luz continuó brillando un poco más abajo, en concreto en el escenario lateral donde una panda de verdiales provocaba una y otra vez los aplausos del personal y los olés que, con más o menos gracia, les dedicaba admirado un grupo de foráneos, algunos coloraítos como gambas ya cocidas, que debían estar pensando que había merecido la pena, mientras disfrutan de sus vacaciones en el paradisíaco verano malagueño, ver algo que jamás habían visto en ningún otro sitio que en Málaga. Y es que se trata poco más o menos que de eso y no de quién es el que la tiene más larga. La Feria...