engo amigos que han perdido a un hijo. La noticia de la muerte de la pequeña Xana, la hija de Luis Enrique, el seleccionador nacional de fútbol, a la edad de 9 años, por un osteosarcoma que se la ha llevado en cinco meses, ha impactado el mundo del deporte y de lo que no es el deporte. Puede que no tenga sentido esta polvareda informativa y que ni siquiera les parezca justa a quienes han vivido ya en sus carnes ese desgarro inexplicable. Tampoco a todas aquellas personas que saben que mueren niños anónimos todos los días, algunos en circunstancias de abandono o crueldad, lo que resulta aún más insoportable, si cabe. Pero vivimos con la cercanía irreal de rostros populares que, como ocurre cuando un médico enferma, de pronto se nos vuelven de carne y hueso al pasarles lo que parecía que, a ellos, dioses del universo catódico, no les podía pasar. De ahí el impacto añadido...

Xana

Me comentaba un compañero anteayer -Juan Carlos Tirado, precisamente un periodista deportivo- que había visto en las redes cómo alguien ponía el dedo en la llaga del insoportable dolor que debe suponer la pérdida del hijo: «Hay una palabra para definirte cuando se te muere tu mujer: viudo. También cuando se te mueren tus padres: huérfano. Pero ni siquiera existe una para cuando se te muere un hijo, porque eso no debería poder pasar nunca». El niño del portero Cañizares murió con sólo cinco añitos. El abrazo que éste le ha enviado a Luis Enrique no sólo resulta conmovedor, también da esperanza a quienes creen que no se puede vivir con esa herida de muerte en el alma. El cielo de los niños es tan merecido para ellos como necesario para que sus padres soporten su vacío terrenal, tenga eso que ver poco o mucho con la fe de cada cual. Para quienes tenemos niños pequeños es fácil eludir la muerte de los de los demás, apagar la tele, mirar para otro lado y escapar de la certeza de que los demás somos nosotros para los demás, como ya he escrito en alguna otra ocasión. Pero saber de qué va esto de estar vivo hoy y ya veremos mañana, no sólo es útil, sino un abrazo de valentía a quienes soportan la peor de las pérdidas creyendo, también, que a ellos no les pasaría. Hay una persona en Málaga a la que admiro y he aprendido a respetar...

Padres

Andrés Olivares perdió a su hijo Luis hace unos doce años. Tenía la misma edad que la niña de Luis Enrique, nueve. Mi hijo Gabriel los cumplirá este septiembre, un mes que mañana entrará por derecho a ocupar la página delantera en el calendario. Me da hasta miedo incorporar a mi hijo a estas líneas, como si sólo por eso fuese a pasar algo. Pensarlo te hace temblar. Así se quiere a un hijo. Y a dos y a tres y así nos quisieron nuestros padres, lo que sólo comprendes del todo cuando tu padre y tu madre te faltan y no puedes decírselo mañana, tarde y noche. Yo a los míos incluso los despertaría alguna madrugada, les velaría el sueño, si estuvieran aquí, para decirles que me perdonaran por no haberme dado cuenta en vida de cómo de grande fue su sacrificio para sacarnos adelante a mi hermano y a mí; para susurrarles al oído con un beso cómo comprendo, ahora que soy padre y no les tengo, lo grande que fue su querer por sus hijos. Supongo que tengo suerte por sentir eso. Además, mi padre fue John Wayne y mi madre todas las Mujercitas, las cuatro en una de la cinematográfica novela de Louise Mary Alcott. Lolita, mi madre, era Jo, Meg, Beth y Amy juntas y la madre coraje de Bertolt Brecht en una sobreviviente cotidianidad de barrio...

Luis

La Fundación con la que el malagueño Andrés Olivares se puso en pie tres años después de la muerte de su hijo, aunque para él «la muerte no existe», forma parte hoy del tejido social malagueño y es el centro base desde el que Andrés vuela, incluso, a otras ciudades para estar con los hijos de quienes se enfrentan a lo que él se enfrentó en el Hospital Materno de Málaga, donde se le conoce y quiere. Andrés lleva diez años digiriendo eso. Afortunadamente, a veces el cáncer infantil viene con la cura en el proceso. Otras, aunque sea imposible de entender -que no de aceptar-, no.

Abrazo

Andrés Olivares ha devenido con los años de empresario de comercio a guerrero lleno de vida con la muerte sobre sus hombros. Un guerrero que ya ha ganado batallas a la rabia, a la pena, al dolor, al vacío, a la locura con las que quiso vencerle aquel cáncer tan agresivo que se llevó a otro niño, el suyo, de tan sólo nueve años. Y, cuando saltó la noticia de la muerte de la hija de Luis Enrique esta semana, la misma en la que se han estrenado las nuevas ‘portavozas’ del PP y Cs en el Congreso, la misma de la pelea ya abierta entre Sánchez e Iglesias con las elecciones como duelo al sol, la misma de la comparecencia del consejero de Sanidad por la listeriosis, etc. sólo he sabido escribir este abrazo a los padres y las madres que, como Andrés, Luis Enrique y muchos más, viven con sus hijos siempre niños por dentro... Porque hoy es sábado.