Una señora le dice al pescadero que dónde están los bogavantes que ha visto esta mañana. «Hay que venir antes», le dice una dependienta que la ha oído. A ti te van a estar esperando los bogavantes, susurra una chica con aspecto de deportista. Estoy en el supermercado y hay una bulla terrible. Gente que revuelve verduras, pesa fruta, sopesa botellas, mira encurtidos, encarga carnes, pregunta por las conservas, conversa con el vecino, inquiere por los boquerones, abre bolsas de patatas fritas, guarda cola para pagar, hace cola para entrar. Un bullicio consumista y sabatino. De pronto se me ocurre una travesura tontona y grito: «Hala, a consumir». Es un grito medio, un grito no muy grito, un gritito tal vez. Me oyen unos cuantos y vuelven la cabeza con desgana. Me atuso el pelo, me recoloco el bigote y supongo que mis limpios vaqueros, mi camisa de marca, los relucientes zapatos e ir acompañado de Amaya, bella y elegante, me libra de que el segurata me dé un empellón o me llame la atención. Me gustan los supermercados y me gusta comprar. Pero voy poco porque me da pereza. Tal vez en otro artículo haya dicho que no me gustan los supermercados ni ir a comprar. Tome el lector esto como muestra de la insolidez de mis pensamientos o creencias. O quizás sea fruto de la inconstancia de columnista. Aún así me domina una suerte de grafomanía que me hace, a buenas horas, tener todo el rato ganas de escribir. No tiene ninguna utilidad este empeño. Debería terminar la novela que tengo enfangada. En fin. Hago tiempo para tomar una cerveza, veo en la tele la crisis que se traen PSOE y Podemos, que es una crisis televisada y previsible. Leo un viejo artículo de Anson en el que dice que Mariano Rajoy estuvo «sobeta» mucho tiempo. Sobeta. No lo había oído nunca. Será de sobar, de dormir. Anson se preocupa de que en sus artículos haya siempre palabros o neologismos o arcaismos. Se aprende de él aunque no sé si se aprende de sus ideas. Es un columnista clasicón que siempre leo con gusto y del que admiro su vocación de periodista. Su vocación de director. De hacedor de periódicos. Siempre me lo imagino encorbatado escribiendo en un despacho de corte clásico, saliendo luego en un coche con chófer hacia un teatro y cenando tras la función con una jovencita en un restaurante tipo Lhardy. O sea, sí, otro topicazo sobre alguien. Topicazo nuevo. Antaño, yo imaginaba a Anson como alguien que, como hiciera mi padre tantos años, llegaba por la mañana a su periódico a repasar la competencia, atender llamadas y cartas, despachar con los jefes y los redactores y su secretaria; hacer maquetas, corregir textos, pergueñar la portada, vigilar la rotativa. Vivir en el periódico en una doble faceta de hombre público e influyente y 'fontanero' del diario. Claro que antes, cuando me lo imaginaba así era Ansón y no Anson. Sin acento. Tengo que cortarme el pelo. Se acaban las vacaciones. Compramos de todo en el supermercado. Llego a casa y noto que no hemos comprado ni mariscos ni pan ni leche. Sopeso volver a bajar pero prefiero hacer dos cosas: seguir escribiendo esto y meditar sobre una frase: «El panteísmo es la cortesía de los creyentes». Un magnífico relato sería ponerle nombre a los cuatro bogavantes, esos del principio del artículo que la señora no veía, y seguir la historia de cada uno: ¿con quién se han ido?, ¿en qué mesa han acabado?, ¿el estómago que los engulle es de un subsecretario y su prole o de una familia de ingenieros mal avenida?, ¿van todos a la misma familia o uno acaba en Algeciras y otro en Almería? Bogavante también sería un buen apellido para un personaje. Tal vez Jesús López Bogavante. O, tal vez, Esteban Márquez Bogavante. Hay que venir antes.