En el siglo XVIII eran populares las representaciones callejeras de las sombras chinescas. Pero fue el jesuita Atanasio Kircher (1601-1680) quien demostró las propiedades de las lentes y la proyección de una imagen. La linterna óptica o mágica es la precursora del proyector de cine, pero diría que más poética. Juan Zahn usó en el XVIII, en sus proyecciones, diapositivas montadas sobre un disco. Hay que decir que la linterna mágica era capaz en este siglo de llevar un fantasma a la escena de un teatro y conseguir efectos sorprendentes. Hoy la linterna mágica de los aparatos de propaganda del establishment, su agit pro, apenas permiten oportunidades de supervivencia. A Jeffrey Epstein le costó la vida en su celda de Nueva York, con Plácido Domingo lo acaban de intentar, aunque Salzburgo lo ovaciona, y así. Incluso si se trata de un cerdo en la vida real, todo ser humano tiene derechos y en las democracias se presume su inocencia, aunque esto no le diga nada al Santo Oficio del Me Too en el que, además, hay quienes se escudan en la cobardía del anonimato, el pasamontañas de marca. Si, además, no es un cerdo, pues no para la orquesta, los participantes del auto de fe se encogen de hombros y siguen bailando alrededor de la hoguera bajo el inconfundible olor de la carne chamuscada y la música de la televisión a todo volumen.

Isabel Díaz Ayuso, la nueva presidenta de Madrid, se atrevió a decir aquello de que «para ser mejor mujer no tengo que ser feminista», pues claro, no van a ir a la cola de la ideología los valores personales. ¿Y si la víctima es una mujer agredida por una manada de menas?, entonces, ¡ay!, estamos ante un conflicto de intereses, mujer e inmigrantes, y lo mejor es correr el telón sobre la escena no sea que veamos algo que no debemos ver y se deshaga el hechizo. Resulta tan fácil camuflarse en las grandes fiestas que se convierten en las más íntimas, decía un personaje de El Gran Gatsby, la magnífica novela de Scott Fitgerald. Pues eso les pasa a muchos.

Pero la feria más larga, de la que hemos huido sin pudor, lo tapa casi todo, aunque después salga el sol por Antequera. En cambio, recibo con mi pata de palo la noticia de que Arturo Bernal, magnífico profesional del turismo, será nombrado consejero delegado de Extenda, otro fichaje de Elías en Sevilla. A este paso nos va a dejar sin jugadores en Málaga, pero vamos a llegar lejos en la capital del Betis. Amén.

Hablamos de esto y mucho más en Darna, restaurante marroquí en calle Casapalma. El cuscús de cebada no me hizo mucha gracia, prefiero el de sémola de trigo, pero el resto de la comanda es merecedora de elogios. Presto gran atención a mi invitado, como una gran antena parabólica en Nuevo México a un objeto espacial en órbita, la democracia se opaca, dice, si se escamotea, por ejemplo aquí, la nacionalidad del delincuente, o se adoctrina contra las fake news contrarias sin referencias a las propias, y ese largo rosario de lo que ya van siendo lugares comunes de lo que hoy se llama el relato. En esta corteza terrestre digital en la que ligeramente nos movemos, se le disputa a la mentira la representación de la realidad, eso sí, hace falta coraje para agarrarse de la mano a la verdad y no soltarse. Para que siga hablando le comento a mi comensal que las piezas de laca decoradas con oro se fabricaron para contemplarse a oscuras, como escribió el novelista japonés Junichiro Tanizaki, y ver si así se anima con los nuevos embustes de nuestro tiempo. Pero nada. Sirvo más vino -en Marruecos también hay vinos, como los de Meknes- y ya, poco después, emprendemos otra conversación más correcta en un lugar distinto a varios pisos sobre el asfalto, en calle San Juan. Es la hora dorada, cuando el sol está cerca del horizonte, una hora maravillosa para la fotografía y la tranquila contemplación del paisaje. Hablamos de las dos grandes industrias sensoriales, el vino y el perfume, pero ya no hay quien le saque una palabra fuera de tiesto. Miro sobre los tejados y digo algo sobre la felicidad y el pasado mientras la mirada tarda en volver. Escribió Robert Louis Stevenson:

Ah, amor mío, amemos el pasado pues algún día fuimos felices, y algún día nos amamos.