Ética y épica han andado siempre cerca, tirando del mundo y sus historias. A veces en una historia manda más la ética, con sus mensajes, y a veces la épica, con sus gestas. Tarantino se limita a buscar en el basurero de la historia y las historias de Hollywood para, sin distinguir entre ellas, juntar piezas, pegarlas con gags y contarlas divinamente (como debió de hacer Dios, quiero decir). Un portento de reciclaje, siguiendo quizás el método con el que la cabeza procesa los recuerdos. Puesto que Hollywood es la mente viviente del sistema, Tarantino, al hacer lo que hace, está dando cuenta de lo que hay, y de nosotros, incluidas nuestras mentiras. Sin ética y sin épica, o sea, sin los motores del desastre al que hemos llegado, una historia se alimenta de si misma, como un perpetuum mobile. Con el condimento infalible del final feliz se nos revela así el secreto de su cine y su verdad.