Pedro y Pablo coinciden en algo: ambos celebran su santo el mismo día, 29 de junio, y sin duda no es casual que la Iglesia haya hecho compartir ese día a dos personajes tan importantes en el santoral. Pedro y Pablo (hablo de los santos) nunca se han llevado bien, pues eran como agua y aceite, que no se mezclan nunca. Pedro era terco como una mula, entraba por una pared, comandaba como nadie el grupo y debía de tener bastante carisma en su parte física, aunque le costaba abrirse a los gentiles. Pablo era versátil, había mudado de chaqueta, manejaba la lengua tan bien como la pluma y le daba consejos a todo el mundo, con especial afición a los de fuera de casa (los gentiles), lo que hizo que por cansancio se los acabara ganando. Pedro se quedó con el trono de la primitiva secta y Pablo con la doctrina. Nerón, que creía más en el IBEX, crucificó a Pedro y a Pablo le cortó la cabeza.