En Canarias no estudian los ríos y en Cataluña ignoran a los Reyes Católicos. Un niño de Logroño oye hablar más de California que de Ciudad Real. En Albacete omiten que una vez fueron Murcia. Nadie sabe donde está Palencia. La educación no es un cachondeo pero sí una hartá de reír que magnifica sucedidos locales y obvia los hitos y gestas del vecino, que es un compatriota que vive a tres acelerones de distancia.

Es muy difícil memorizar las muchas provincias de Castilla León y más beneficioso para la élite política de turno incitar a saberse de memoria a los heroecillos locales, más locales por lo general que heroecillos. El 'cabezaratonismo' tiene estas cosas. El nacionalismo adoctrina por los libros de texto, inventa historias, fuerza lo que nos desune y desata y minimiza lo común. El Gobierno central, el de turno, cede, afloja, mira para otro lado, amaga y los sucesivos ministros de Educación intentan pasar a la historia modificando las siglas de las leyes educativas y el calendario lectivo pero sin meter mano a la desunificación. La historia también es una ciencia y podría haber unos contenidos comunes que se respetaran, respetando también la rica diversidad y pluralidad de España, que algunos confunden con la legitimidad de enseñar a los chaveas que en la comunidad de al lado se limpian el culo con piedras. No pocos pedagogos están poniendo el grito en el cielo. Cada uno en el de su comunidad autónoma, claro, no vayan a descubrir que hay un cielo común. No hay un cielo común, salvo cuando se gana un Mundial o Eurovisión.

Tergiversar la historia no es patrimonio español, pero en pocos países existen diecisiete formas y modalidades de hacerlo. No todo está perdido, salvo el patriotismo, que es tan admirable como repugnante resulta el patrioterismo. Llevamos dos columnas sobre asuntos educativos en sólo una semana, lo cual no sabe uno si es síntoma de lo mal que está la educación o de lo mayor que se está haciendo uno, que estudió poco menos que cuando el legislador aún dudaba si meter a Cantabria en Castilla. Nos importa un carajo por dónde pasa el Ebro, ya que ahora nuestras vidas no son los ríos que van a dar a la mar, y sí lo que acontece o llega por el teléfono móvil. Los libros de texto vienen a veces peor que los panfletos, denuncian algunos. Tampoco es descartable que a veces les falle la comprensión lectora.