Hoy, salvo diluvio, todavía puede pasar cualquier cosa en Barcelona, pues la Diada de 2012, la marea que arrastró a los políticos catalanistas al independentismo para no quedar varados, fue inesperada para todos. Aunque los síntomas sean de fatiga y desfondamiento de dirigentes y partidos, hace mucho que la calle no es allí fruto de una reacción pasional, sino de una organización capilar que mueve su discurso en circuito cerrado, se autovigila y dispone de logística implacable, incluido conteo en los buses que llegan de todas partes. Así que, salvo diluvio, puede haber cierta caída, pero no creo que haya naufragio. El independentismo catalán viene de muy lejos, es mar de fondo y no de viento, no tiene necesidad de expectativas a corto de victoria para afirmarse e incluso en el propio agravio de la derrota encuentra nuevo combustible. Madrid nunca se entera de esto.