Decidido a hacer un gobierno al estilo portugués, Pedro Sánchez también rumia ponerles precio a las autovías españolas por las que hasta ahora se circula gratuitamente. Una medida que ya tomaron los gobernantes del amable país de al lado hace casi una década, desatando una formidable confusión entre los automovilistas.

Andaba entonces el Estado portugués con urgentes problemas de tesorería; y, para recaudar aún más con el nuevo peaje, optó por prescindir de las cabinas de cobro, sustituyéndolas por cámaras y sistemas de prepago 'virtual'. La confusión fue lo bastante grande como para que todavía hoy se ofrezcan en internet guías aclaratorias para los españoles -y extranjeros en general- que se aventuran a circular por ellas. No es probable que esto suceda en el caso de España, salvo que Sánchez lleve su devoción por las costumbres lusitanas a imitar también el modelo de pago sin cabinas que tanto desconcierto causó entre los paganos de allá y, sobre todo, los de acá. Para tranquilidad de los posibles afectados, conviene recordar que la idea no es nueva. Ya en tiempos de Zapatero, el ministro José Blanco esbozó la posibilidad de cobrar un peaje en las autovías, aunque limitado en principio a los camiones.

El proyecto no pasó de la fase puramente declarativa y, de hecho, no tardaría en pasar al archivo. Lo normal es que ahora ocurra otro tanto. La elección de agosto, mes vacacional y playero en el que la gente no suele prestar gran atención a las noticias, sugiere que el anuncio fue más bien un globo sonda orientado a calibrar la reacción del personal.

No se ha vuelto a hablar más del asunto, que en cualquier caso habrá de esperar a la formación del nuevo Gobierno. Tampoco hay que excluir del todo, desde luego, la posibilidad de que esa amenaza de cobro simbólico por circular se lleve finalmente a efecto. Soplan otra vez por el mundo vientos de crisis que, de concretarse, tentaría a cualquier gobierno a buscar dinero hasta debajo de las piedras. Y ya se sabe que, habitualmente, los mandamases no lo encuentran ahí, sino en el bolsillo de los ciudadanos. El plan para comercializar las autovías y sufragar así sus costes de mantenimiento revela una vez más la rara fascinación que Portugal ejerce sobre el presidente Sánchez.

Tanto da si se trata de imitar su fórmula de gobierno como de la más modesta -pero fastidiosa- idea de poner peajes similares a los portugueses, el líder socialdemócrata no para de fijarse en nuestros vecinos y amigos. Infelizmente, la aplicación de las fórmulas portuguesas a España podría fracasar por falta de portugueses. Los españoles, en general, son menos propicios a la transacción y no digamos ya a ceder posiciones cuando de pactar se trata; lo que acaso explique el largo culebrón de desencuentros entre Sánchez e Iglesias.

El jefe del PSOE quiere un gobierno en solitario con programa común, al modo portugués; en tanto que su contraparte de Podemos insiste en que así no se puede. Esto hace que, en ocasiones, los dos políticos recuerden al Dúo Pimpinela: aquella pareja de cantantes que se hizo famosa sin más que simular desavenencias amorosas en el escenario. Solo es de temer que, si llegasen a un improbable acuerdo, el primer resultado consista en poner a pagar a los españoles por sus autovías. Con la cantidad de cosas que tiene Portugal para imitar, ya es mala suerte que hayan ido a fijarse en esta.