Como en una epifanía, cuyo epicentro se ha encontrado en Málaga capital, los malagueños hemos descubierto que nuestra ciudad no es el escenario de un anuncio de perfumes en vísperas de Navidad. No han faltado Capitanes Renault que, como en la inmortal «Casablanca, han ajustado la sorpresa al guion de «Malaka y han exclamado que cómo es posible que en Málaga se trapichee y qué es eso de La Palma y La Palmilla, que van a arruinar veinte años de poner el foco en la almendra de la calle Larios, nuestro Westworld municipal. Un escándalo. Qué sofocón.

Pero Dios - que, como es sabido, es vecino de La Victoria - cuando cierra una puerta abre una ventana, y ha colocado botando en el borde del área el balón del habla local. Abrieron fuego quienes pedían que se subtitulara la serie porque no se enteraban de lo que decían la mitad de los personajes, por no decir que no entendían ni los títulos de crédito; pero, en un sorprendente requiebro del guion, nos estamos encontrando con una completa reivindicación de modismos, giros y palabras malagueñas, sacando el cajón de nuestro orgullo local y, como alguien me comentaba, revelando a los foráneos nuestro lenguaje cabalístico. Admitamos que es en legítima defensa. Dejémoslo ahí.

Hoy ya he visto un vídeo en el que uno de los actores de la serie explica, entre otras cosas, las unidades de medida malaguitas, transitando por el ahora después hasta llegar a la «mijita» y, bueno, eso ya sí que es el borde del precipicio al que uno se asoma y escucha el monólogo de Dani Rovira en bucle permanente y entre sudores fríos. Estamos en la fina línea que separa algo con gracia de algo a lo que la saturación produce su conversión a gracioso, entrecomillado y con cáscara. Habrá que estar atentos y vigilantes. O aliquindoi, que es como no se dice por aquí.