Guardé cuidadosamente el Economist del 22 de junio. Le tengo un ya antiguo respeto a esa centenaria y civilizada publicación semanal. Creo sinceramente que sigue siendo la más liberal e inteligente del planeta. En la portada estaba la foto de Boris Johnson. Su rostro aparecía divido. Una mitad, «au naturel». En la otra, sus facciones cubiertas por el maquillaje de un pundonoroso payaso. Debajo de esta pregunta: «Which Boris would Britain get?» ¿Qué Boris le tocará a Gran Bretaña?

Bueno, ya lo sabemos, pues la pregunta de la portada del Economist de finales de junio tiene ya sus respuestas. El editorial del semanario ya nos advertía entonces que no iba a ser muy complicado adivinar el rumbo político del polémico líder actual de los conservadores ultras ingleses. La elección del candidato, en la que intervinieron más de 100.000 activistas del ala más dura del Partido Conservador, la hacía evidente: ésta beneficiaría sobre todo al polifacético e inquietante Boris Johnson. O «BoJo» como se le empieza a llamar, sobre todo en Inglaterra.

Las coordenadas ya eran inquietantes: era obvio que sus votantes deseaban por encima de todo la ruptura con la UE, el Brexit. Más que nada en este mundo. Aunque ésta pudiera representar un «daño significativo» para la economía británica o aunque hiciera casi inevitable la destrucción en un futuro de la Unión de Inglaterra con Escocia e Irlanda del Norte. O incluso que hiciera peligrar la misma supervivencia del Partido Conservador, el más antiguo del país.

Los responsables de los lavados colectivos de cerebros, entonces y ahora, habían hecho bien su trabajo. Y BoJo, ya elegido como primer ministro del otrora augusto Reino Unido, ha dado ya sus primeros y brutales pasos. Entre ellos la suspensión de todas las actividades institucionales del Parlamento de Westminster. A la que ya debe su pérdida de la mayoría parlamentaria y una importante contestación interna, coronada por la purga de disidentes más importante de la historia de su partido. 21 parlamentarios conservadores de primera fila fueron fusilados al amanecer por Johnson (es un decir, no se preocupen). Entre ellos, siete antiguos ministros y un nieto de Sir Winston Churchill.

Ya lo dijo en las primeras horas de la mañana del 28 de agosto la siempre admirable ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon: Boris Johnson estaba actuando como «un dictador de hojalata» («A tinpot dictator»). Será interesante. No olvidemos que los escoceses eligieron en el famoso referéndum del 2016 permanecer en la Unión Europea. Y el Tribunal Superior de Justicia de Escocia por unanimidad ha declarado ilegal la medida del Gobierno de Su Majestad Británica. La que acaba de cerrar a cal y canto a «la madre de todos los Parlamentos».

De todas formas, BoJo tiene una eficiente eminencia gris a su servicio en las sombras del 10 de Downing Street: el siniestro Dominic Cummings. El autor de las oscuras estrategias de la campaña del referéndum que ha conseguido llevar al Reino Unido al borde del abismo.

Pero a pesar de todo, todavía hay instituciones modélicas en el Reino Unido. Entre ellas sus grandes universidades, publicaciones como The Economist y no olvidemos a la gloriosa BBC. Fue ésta el azote de Hitler y otros como él y ahora lo es de los aspirantes a tiranos y caudillejos de medio mundo, Inglaterra incluida. Siendo una institución estatal, tienen su mérito. Sus admirables profesionales siguen haciendo imperturbables su trabajo. Con dignidad, con sentido del humor y obviamente libres de posibles temores por las inevitables rabietas de BoJo y sus secuaces.