Hace algunos años, se puso de moda la stand up comedy. Tanto en la tele como en los bares, se representaban con asiduidad monólogos cómicos. Supusieron una evolución del formato del cuentachistes y trajeron aire fresco, antes de convertirse, con el paso de los años, en un espectáculo en desuso, arrumbado por las gracias sin fin de los youtubers.

De esto hablo con Ana, una amiga mía, que se dedicó bastante tiempo a subirse a un taburete y hacer reír con chistes y ocurrencias:

—Un hombre va al psiquiatra. Le dice: «Doctor, cuando cuento chistes, nadie se ríe». «Pues será que los cuenta mal», le dice el doctor. «No, no, imposible», le replica el hombre. «¡Cómo me voy a equivocar€, si los cuento con una calculadora!».

—¿De esa forma solías empezar?

—A veces. Contar chistes es todo un arte. En un principio parece fácil, es cierto, ¡hay para todos los gustos! A mí, por ejemplo, de pequeñita me encantaban los chistes de Jaimito, me partía con ellos. Yo estaba deseando conocer al tal Jaimito... ¡Si tenía que ser un cachondeo estar con un tío tan ocurrente! Y un día, me enteré: Jaimito no existía. Era tan falso como los Reyes Magos o el ratoncito Pérez. ¡La de mentiras que nos cuentan! Otros chistes alucinantes son los de concursos entre un francés, un inglés, un chino y un español. Vaya con los concursos que se montan, ¡son de un edificante! De mear más lejos, de soltar eructos€ Y en todos gana siempre el español, por supuesto; que, en algunas cosas, siempre seremos los mejores.

—Y claro, tú no puedes reírte de tu propio chiste.

—Lo teníamos prohibido, aunque hay gente a la que sus chistes le hacen muchísima gracia. Tanta tanta que exageran un poco. Aquí entramos en la curiosa figura de quien se cuenta el chiste a sí mismo: «Pues esto eran dos ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, que le dicen a un ja, ja, ja, ja, ja, ja, que ja, ja, ja, ja, ja, ja, y claro, este se cabrea y les dice ja, ja, ja, ja, ja, ¿y sabes lo que le dicen ellos?». «¿Ja, ja, ja, ja, ja?», le dices tú, desesperada. «¡Ja, ja, ja, ja, ja!», te confirma, con las lágrimas saltadas. Y es que le hace tanta gracia que no necesita más público que él mismo.

—Lo curioso es lo fácil que hacéis que parezca y lo complicado que es. ¡Qué graciosos son los chistes, qué bien se pasa escuchándolos! Porque cuando tienes que soltarlos tú, no es lo mismo.

—Ya te digo: estás en el convite de la boda de tu cuñado, sentada en la mesa de honor, junto a la familia de la novia, que todos son ¡tan graciosos!, y hala, chiste viene y chiste va. Más que un convite, parece aquello una convención de cómicos. Y el mejor, el más molón, te ha tocado al lado: el tío Juan, consumado especialista en chistes de loros. Te hartas de reír, una y otra vez, hasta que€ ¡Notas un silencio que te rodea! Todo el mundo te está mirando; sí, ha llegado el momento de que cuentes el chiste. Y claro, no te acuerdas de ninguno. Bueno, no exactamente. En realidad, de lo único que te acuerdas es del principio de uno, ¿y cómo acababa, Dios mío?, ¿cómo acababa? Lo peor de todo es que el tío Juan, el supergracioso, también se ha dado cuenta de que estás más perdía que un pulpo en un garaje. Con mucha sutileza, se sube a la mesa y, a grandes voces, reclama la atención de todos los invitados, unos trescientos más o menos. Y mientras te señala con el sable de cortar la tarta, grita: «¡Oye, que esta niña nos va a contar un chiste que nos vamos a descojonar!€ ¡Escuchad, escuchad, que es buenísimo!». Estás atrapada. Para colmo, el tío Juan se ha agenciado el micrófono inalámbrico del cantante de la orquesta y te lo incrusta en la cara, mientras intenta ayudarte, diciéndote: «Venga, venga, el chiste del loro y el butanero€ ¡Que ese nunca falla!». ¡Y tú, encima, vas y le haces caso! «Puesss€ esto es un loro que se metió a butanero€ Ay, no€ Es un butanero que habla con un loro y le dice que por qué no se mete a butanero€ No, no, esperad€». No hace falta que sigas, nadie te escucha. Todos se están riendo de ti. Y el tío Juan, más que nadie. ». Y es que los chistes son así: absurdos, extraños, contradictorios€ Pero los necesitamos, no podemos vivir sin ellos. Por cierto, ¿te vas a contar un chiste? ¿O es que voy a estar aquí toda la noche de graciosa? Venga, anímate€ ¿A que te traigo al tío Juan a que se cuente uno de loros?