Lunes. Mirando por la ventana pienso en voz alta: «Todo me da calor, llevaría solo camisetas estos días». Amaya me oye y me dice: vamos a cruzar y las compramos. Así de fácil. Cinco minutos después estamos ante un estante donde hay camisetas («básicas», dice la dependienta) de todos los colores y a precios que a mí me parecen irrisorios. Cojo tímidamente dos. Amaya aporta una y la dependienta sugiere otra. Quince minutos después de haber pronunciado la frase sobre el calor tengo cuatro camisetas ligeras y frescas, baratísimas. Así de fácil. Me pregunto por qué me he hecho tantas veces en la vida difícil las cosas sencillas. O cuál ha sido el factor que no me las ha hecho fácil. Tal vez la indecisión. O la desidia. O no tener compañía adecuada y animosa. O el miedo al ridículo. Al ridículo de ir en camiseta, por ejemplo, yo que siempre he sido de camisa. Cara.

Martes. «Los remordimientos son una pérdida de tiempo». A veces recibes la enseñanza del día (o la materia sobre la que pensar) a través de una película absurda. El poder de una película absurda para dejarte absorto. Absorto, absurdo. Buena combinación. «Los remordimientos son una pérdida de tiempo y además te impiden disfrutar del presente», dice una de las protagonistas. Y ya toda la tarde colgado de esa idea. De esa frase. Dándole vueltas. Verificándola. Refutándola mentalmente. Tentado de escribir sobre eso. Los remordimientos.

Miércoles. Le da a uno por cenar ligero y pide menestra de verduras. Pero viene con jamón. Jugosos y gordos tacos de jamón. Excelente. Al jamón le pasa con la menestra lo mismo que al mejillón con el salpicón. Urge una redefición de su papel. Si lleva jamón es menestra. Pero no es menestra de verduras. El jamón enriquece el sabor del plato, lo torna menos mustio, pero incita al pan. Y el pan al vino. Dónde se ha visto cenar sin postre. Un licorcito. A veces, que le da a uno por cenar ligero.

Jueves. «Me llevan al club de prensa, que está en la calle Larios. En Málaga todo parece estar en la calle Larios y eso que es la quinta ciudad de España». La frase es de César González Ruano, de su «Diario íntimo» (1951-1965) tan fascinante como «Mi medio siglo se confiesa a medias». En esa misma entrada (septiembre del 54) dice que lo llevan a la playa del «Bajoncillo», que suponemos que es la del Bajondillo, en Torremolinos, esa que tantos años vieron mis ojos al despertar. Ruano habla también del «Pimpli», que es el Pimpi, del que lanza elogios. Volvería muchas veces a Málaga. Yo también vuelvo mucho a ese «Diario íntimo», que por cierto -al menos mi edición- tiene un prólogo antológico de Umbral. Enfatiza Ruano que, en Málaga, «Todo anda en una deliciosa complicidad para que no escriba una línea». Amén.

Viernes. Ese whatsapp insidioso. Decides no contestar. Te armas interiormente de todos esos argumentos a favor del silencio, de ignorar. Lo relees. Lo memorizas. Ahí está. Afilado y sucio. En mitad de la madrugada te despiertas y concluyes que tenías que haber contestado. Nunca se lo diremos, pero de él siempre nos acordaremos para mal. Por ese whatsapp.

Sábado. Mi hijo me informa de que ya tenemos 223 Superzings. Me invita al suelo a jugar con ellos. Los ponemos a guerrear, les inventamos diálogos. Mi Superzing favorito es el huevo frito. Veinticinco minutos. Y me invade la ansiedad (¿o es ansia?) de saber (¿o ver?) qué pasa en Twitter, qué diran los periódicos, que temas van en las portadas. Qué ha escrito fulanito o qué trae el Babelia. No es mal día para almorzar en el Envero. La urta se alimenta de marisco, de ahí su sabor espectacular, me informan.