El circo es un estado esférico del espíritu. Una fábula de silencio con la o abierta de la boca y de los ojos, en suspense el vértigo y la risa renovándose como disfrute. Tiene el circo el poder antiguo de devolver la inocencia a los adultos y despertarle a la infancia el asombro por lo insólito. No hay otra teatralidad tan lúdica que produzca esa felicidad compartida y expectante ante el funambulismo sin red de la magia que desafía las alturas, doma el peligro, conquista el aire y su vacío, multiplica un cuerpo por la flexibilidad de sí mismo, hace inverosímil la destreza en equilibro y se reta en la limpieza antigua de la risa que nos nace de lo travieso y la expresión liberadora del ridículo interpretado. Son las viejas esencias de un arte del que el Circo del Sol lleva más de treinta y cinco años de oficio destilados en su último espectáculo Kooza, estrenado en Málaga después de una gira por 66 ciudades de 21 países, en cinco continentes diferentes. Es imposible aquilatar más la confianza y madurez de su medio centenar de contorsionistas, equilibristas, trapecistas, malabaristas y alambristas transformados cada uno en prestidigitadores del asombro, de la poesía y la habilidad fundidas en el encantamiento de una historia. Un relato de iniciación Carrolliniano en el que, bajo la Gran Carpa de los sueños, se van sucediendo los capítulos y la respiración del público es una cometa que vuela, planea, toma tierra y tiende a escaparse del aliento sostenido hacia un grito a punto de romperse.

No hay mejor manera de entenderlo que asistiendo, hasta el 13 de octubre, al espectáculo de Kooza y admirarse entre el vahído y el arrebato del número La rueda de la muerte. Dos anillos de una perfecta estructura de 725 kilos que gira a gran velocidad impulsada por los dos acróbatas, Jimmy Ibarra y Luis Israel Espinoza, que a 10,3 metros de altura, y a veces a una velocidad de 40 kilómetros por hora, saltan por su interior ingrávidos y audaces, se encumbran a su círculo exterior para saltar a la comba o darle más vertiginosidad al vértigo o suspenderse en la intriga de un instante entre el sortilegio y el abismo, asumiendo toda la peligrosidad de una caída en la que hacerse añicos la invisibilidad de sus alas y la sombra de su valor. Dos atletas atlantes que simbolizan lo mejor de todas las variantes de la acrobacia que surgió en China hace 4.500 años para entretener a la Dinastía Han.

En el circo, como en tantos ámbitos de lo creativo, se pueden conjugar con brillantez la tecnología y el estilo, pero no hay arte sin talento, concentración ni muchas horas de trabajo del que desconocemos los moratones, el llanto, la rabia, las discusiones, la frustración y también la dichosa embriaguez de la satisfacción cuando la metamorfosis se produce y se conquista el adiestramiento lo que parecía imposible. Lo pienso al ver La rueda de la muerte y otros tres espectáculos que considero lo mejor de esta producción del teatro fundado por Guy Laliberté. El que ejecuta el artista en un monociclo sobre el que baila al ritmo de la música y junto con una pareja a la que revolotea encintada a su cuerpo y por encima de su cabeza, con la elegancia de la sencillez y el dominio del movimiento en eje. Igual de impactante es la pericia en el alambre de los hermanos Quirós, herederos de tres generaciones y de la sublime estirpe de Charles Blondin, de Lillian Leitzal y la Familia Wallenda. Y el número de las contorsionistas orientales que dibujan una elástica danza de posiciones en las que el cuerpo se descompone, se arma y se combina entre ambas como si fuesen cristales dentro de un caleidoscopio, con la belleza de una increíble plasticidad que transmite la sensación de que cada una de ellas va a convertirse en una burbuja dorada a punto de estallar suavemente en una luz de oro en el aire o en mitad de un aplauso. Y es que una parte importante de Kooza es el vestuario de Marie-Chantela Haupt inspirado en la pintura de Klimt, las películas de Mad Max y las novelas gráficas, y la música compuesta por Jean-François Côté. Excelente coreografía coral dirigida por David Shiner, autor de la obra y colega del humor que provocan sus payasos de ceremonias y en concreto el español Miguel Berlanga. Kooza se suma así, aunque de manera más artesanal y cercana a la esencia del circo, al éxito de obras como Totem, Ovo o la bellísima O en torno al espíritu del agua. Espectáculos con los que ha ido creciendo una compañía de 1.500 artistas y que alberga 5.000 personas de todo el mundo.

Una familia esforzada, itinerante y con talento es igualmente la farándula del teatro que, mientras el Sol luce su circo en una pista propia, se esfuerza en un patio con olor a higuera en cautivar al público con sus estupendas representaciones. Más de veintiséis obras clásicas, contemporáneas y de producción propia con las que las compañías reunidas en el Festival Andaluz de Teatro, por el director teatral Jesús García Amezcua, intentan salir adelante ante el parón desde noviembre de 2018 del Circuito andaluz y que ha hecho de los grupos andaluces rehenes de la parálisis política, de la falta de apoyos a la creatividad autóctona, y de la precariedad económica consiguiente. Lo mismo que muchas veces lo son de las camarillas que favorecen a los mismos e impiden paso a quiénes llevan tiempo recorriendo los escenarios del viaje a ninguna parte de Fernando Fernán Gómez, peleado por papeles temporales en series televisivas -enhorabuena por cierto a los malagueños Salva Reina y a Maggie Civantos, al sevillano Vicente Romero y a la actriz de fondo como la linarense Puchi Lagarde, fabulosos en la serie Malaka- o a los jóvenes emergentes. No es fácil salir adelante en el teatro. En ninguna capital y tampoco en Málaga, a pesar del buen escaparate de su Festival anual y de la Factoría Echegaray que carece de ayudas para fomentar una necesaria distribución. Un buen ejemplo del peso de las dificultades es este Festival que se celebra hasta el 6 de octubre, en el Colegio de Prácticas número 1 en la plaza de La Constitución, en el que se echa en falta más apoyo institucional para la cultura de la que Málaga no deja de hacer marca. Sujeta, como es habitual aquí y allá, a un criterio profesional no siempre apropiado, al bajo coste de las producciones, a las diferencias en el empuje a sectores y circuitos. Aunque lo más incomprensible es la falta de asistencia de tantos estudiantes de la Escuela de Arte Dramático y de actores que se supone deben mantener viva su curiosidad por lo que se teje en su gremio y que mañana demandarán el mismo apoyo a sus obras. Todavía es peor su falta de interés por seguir construyéndose como intérpretes, y aprender de fabulosas actuaciones de magnético, eficaz y sublime trabajo como el que ha hecho en el Festival Henar Frías con su Molly Bloom. Un exigente papel que ha doctorado en la escena a sus dos intérpretes: Magüi Mira y a ésta versátil, poderosa, seductora Henar Bloom que doblega el tiempo escénico, descarna el texto, le pone piel a sus diferentes temperaturas emocionales y físicas y convierte el monólogo de Joyce en una lección de actriz. No es fácil interiorizar la complejidad de este caótico discurrir del pensamiento entre la oralidad del deseo, el desamor, la soledad y la catarsis pero Henar Frías le transfiere naturalidad expresiva, credibilidad a lo escénico y a la desnudez sentimental de lo visceral, lo psicológico y lo moral. A ella le da igual un escenario, un patio, una cama o una sombra, su cuerpo lo metamorfosea en palabra y en teatro con ecos de Egon Schiele y un collage entre el Ulises original, Sanchis Sinesterra, la aportación de su director Rubén Tobías y su propia relectura interpretativa.

Incompresible que esta actriz no juegue en primera. Seguro que lo consigue. Esperémoslo también de este Festival del que los malagueños todavía pueden disfrutar del Tartufo, de María Pacheco, de Lady Macbeth, de La Mandrágora, de Las casas, de Las Justas, de Bodas de sangre y de Me relato y fugo, producción con la que Jesús García Amezcua apuesta porque este Festival Andaluz de Teatro, en el que destacan también el talento de directores como Ángel Baena, tenga continuidad en diferentes capitales andaluzas.

La cultura es una experiencia gozosa que exige de nuestro compromiso. No dejan de celebrar el Sol del Circo y el teatro bajo la luna. Háganme caso, regálense su magia y su disfrute.