A finales de septiembre me asomo a la playa para ver a los primeros correlimos buscar en la orilla, esquivando las olas ya un poco grises, el sustento diario. El correlimos es un pajarillo frágil, casi más veloz de patas que de alas, curioso y asustadizo al mismo tiempo. Su presencia marca la llegada del otoño. Él viene cuando se marchan mis amados vencejos, que tanta belleza dan a las tardes, sobre todo a las de junio, que sin ellos, puedo asegurarlo, no serían lo mismo.

Tengo la sensación de que el correlimos, lo mismo que nosotros, padece el futuro, ahora que el destino está tan denostado que casi ni se nombra. Llega hasta aquí huyendo del invierno boreal, de su crudeza, y no sabe, y al cabo no le importa, que nosotros, sus ocasionales vecinos, tenemos más difícil la huida y el refugio, que solo podemos optar entre diversos males y ninguna solución. Él tiene un sur que buscar y encontrar, donde ampararse, pero nosotros, ahora mismo, que andamos con la brújula averiada, no tenemos ni sur ni norte. En mis comienzos en este oficio un viejo pescador que estaba remendando redes sentado en la playa me dio una de las lecciones importantes de la vida: «cuando no se sabe el rumbo todos los vientos son malos».

Y en esas andamos, con malos vientos por todas partes porque no sabemos el rumbo. Ni siquiera ser un pueblo que viene del fondo de las edades nos libra de la torpeza de dejarnos caer en malas manos. Un informe leído hace unos días decía que el ochenta y dos por ciento de los españoles piensa que los políticos solo miran por sus intereses. A mí lo que me extrañó es que hubiera un dieciocho por ciento que todavía conservara la inocencia. Luego hice, vuelapluma, unos cálculos, y teniendo en cuenta que el número de políticos y cargos adyacentes con toda probabilidad alcanza para ese 18 por ciento, entendí que, por tanto, no es que quede gente inocente, es que simplemente miran por sus intereses.

De modo que por estas razones vamos a volver a las urnas como vuelven los correlimos a mi orilla, porque no queda más remedio, porque nadie ha sido lo bastante generoso como para encontrar una solución, un acuerdo. No son pocos, sin embargo, quienes sospechan que vamos a repetir la jugada, que después del 10 de noviembre estaremos ante un paisaje casi idéntico al de hoy, al de esta mañana en la que escribo, y que, a merced de unos vientos que no nos llevan a ninguna parte, tendremos por delante, otra vez, una inmensa incertidumbre.