La no-legislatura en la que nos terminó por meter la moción de censura triunfante aupando hasta la presidencia del Gobierno (en funciones) al señor Sánchez pasará a la historia por un único detalle: ha conseguido demostrarnos que, a fuerza de marear la perdiz, el animalito termina en la tumba. Eso es todo lo que nos han brindado estos meses inútiles. Pero como sería pecado de tedio contribuir al mareo dándole más vueltas a lo que está meridianamente claro -que mientras los políticos de este país no se den una vuelta por Italia para aprender a pactar, lo tenemos crudo-, hablemos de otra cosa. Por ejemplo, de la afición al teatro. A un antiguo jugador de fútbol, abogado penalista hoy y entrenador de un club juvenil hasta ser nombrado director general de emergencias de la comunidad autónoma de Murcia, le han echado de su puesto de trabajo por irse al teatro. Cuatro días le ha durado el cargo. Resulta que en la noche en la que la gota fría dejó la región hecha unos zorros al caballero no se le ocurrió otra cosa que acercarse a ver una obra de suspense de Agatha Christie que representaban en el Teatro Romea de Murcia. Bueno, sí que se le ocurrió algo más: pararse a cenar en un bar de al lado del teatro antes de que comenzase la función. La consejera de Transparencia y Administración Pública de Murcia, Beatriz Ballesteros, ha tardado muy poco en darle el cese al ya exdirector general y los redactores de la noticia dan por sentado -como haría cualquier persona razonable- que el motivo del despido es el de no haberse quedado en el centro de coordinación atendiendo las mil emergencias que se sucedieron en una noche aciaga. Pero como yo no soy razonable, me he leído el reportaje a fondo y lo mejor de todo para mí son las explicaciones que da el recién cesado. Sostiene que no fue al teatro por ninguna afición desmedida a las artes escénicas sino por un compromiso familiar -lástima que no nos aclare de cuál se trata- y que durante toda la función estuvo atento a su teléfono móvil. Es decir, que lo tenía encendido. A mayor abundamiento, el exdirector general confiesa que se quedó dormido durante la función, aunque no atribuye el desliz al aburrimiento sino al cansancio. Si no fuese por el drama sufrido en Murcia y el resto del levante español por culpa de las tormentas, el episodio entero parece sacado de la revista «La Codorniz», aquella que en la época de Franco lograba hacer, bajo la coartada del humor, el mejor retrato de que se dispone de la España de la postguerra. «La Codorniz» recurría al surrealismo como arma contra la censura y, merced al talento de sus colaboradores, nos dejó episodios memorables. Pocos de ellos mejores que el de la autoridad que se va al teatro a la fuerza, juguetea con su móvil y a la postre se queda dormido. En vez de cesarle, al susodicho le deberían haber cambiado a la dirección general del espectáculo.