Cada vez estamos más hartos de que los aparatos mecánicos, sean coches, lavadores o teléfonos, tengan fecha de caducidad en virtud de un acortamiento artificial de su vida útil. A esta eutanasia activa decidida de antemano por los fabricantes se le denomina obsolescencia programada. Esto parece que es también lo que ha ocurrido durante estos meses en el fallido proceso de investidura presidencial, con la diferencia de que sus fabricantes advertían del fatal desenlace, echándose las culpas unos a otros.

La explicación en términos psicológicos es parecida. Podría decirse que la nueva convocatoria de elecciones es una profecía autocumplida, o sea, poco después de celebrarse las pasadas elecciones los dirigentes políticos anunciaban ya que podía haber otras si alguien no lo remediaba. La percepción de que iba a ser así les impulsó a actuar en función de un resultado que en realidad no tenía por qué producirse, ya que en sus manos estaba encontrar otra solución.

La convicción del PSOE de que con la repetición electoral podría obtener un resultado que le permitiese desembarazarse de Unidas Podemos quizá haya influido en que estemos ante un 10N, pero es más verosímil pensar que este desenlace proviene de una percepción del PSOE sobre Pablo Iglesias y su partido, de que no son de fiar; la misma creencia que éstos tienen de Pedro Sánchez y del PSOE. Así las cosas, ¿cómo llegar a una coalición de gobierno e incluso a un mero acuerdo de investidura presidencial cuando un partido no se fía del otro? ¿Cómo se puede desconfiar de quien es calificado como «socio preferente»? Y, a la inversa, ¿cómo se quiere negociar con un partido al que se califica de timador, que sólo lo quiere de socio preferente para venderle unas ‘preferentes’?

En todo este juego de desconfianzas, el discurso del PSOE es coherente al rechazar un gobierno de coalición y proponer un pacto de investidura sobre una lista de medidas programáticas. Lo que no se acaba de entender es cómo Pedro Sánchez ofreció una vicepresidencia y tres ministerios a Unidas Podemos si no iba a dormir después teniéndolos en el gobierno. La sospecha de que entrarían en el Consejo de Ministros para controlar al presidente era ya una evidencia confirmada por el propio Pablo Iglesias.

El problema no es que haya dos bloques. En realidad sólo hay uno, el de la derecha, porque la izquierda está fragmentada. Tampoco el problema es esta fragmentación, sino su difícil pegamento. La soledad actual del PSOE es que su desconfianza es estructural porque Unidas Podemos es un partido antisistema, lo mismo que, por otras razones, lo son los partidos independentistas con los que antes podía pactar. Basta ver cómo juran o prometen la Constitución al acceder a sus escaños para comprobar su no aceptación o su relativización de las reglas del juego. Ciudadanos nació como partido bisagra que podía suplir estas carencias, pero parece que su lema para ganar un espacio político es el que aparece en algunos autobuses dirigido a los pasajeros, ‘avancen para atrás’. Ha conseguido el sorpasso al PP, pero por la derecha.

A estas calamidades se une otra no menor que es el efecto perverso que han tenido las elecciones primarias en los partidos. La finalidad de acabar con la oligarquía de los partidos introduciendo el sistema de primarias ha creado un cesarismo en sus líderes. El personalismo se ha instalado en todos los partidos y son los dirigentes los que adoptan directamente las decisiones del partido. El caso más sobresaliente es el de Albert Rivera, que deja estupefactos incluso a sus propios colaboradores, pero el más hipócrita es el de Pablo Iglesias, amparado en la orientada voluntad de sus inscritos. El personalismo favorece que las decisiones se adopten por la percepción de los líderes, que siempre es más subjetiva y falta de sosiego que la de un colectivo, lo que les convierten en poco consistentes y hasta un punto infantiles. Son tuiteros por encima de representantes.

Volvemos a otra campaña electoral, oiremos maravillosas promesas y seguiremos comprándolas, a sabiendas de que una vez más fallarán, porque tienen una obsolescencia programada. El problema es si el hartazgo crea la percepción de que la abstención es la mejor elección.

*Bastida es catedrático de Derecho Constitucional